En la celda había una luciérnaga

En la celda había una luciérnaga. Julia Viejo. Barcelona: Blackie Books, 2022

Lo bello, lo siniestro, Instagram, Julia y las librerías

Trabajo en una librería y ayer escuché a una mujer que le explicaba a otra que un libro que lleva más de veinte ediciones era muy bueno porque tenía «mucha bilis», también escuché a un hombre que se quejaba a un amigo con quien se había encontrado allí por casualidad y que venía a recoger un encargo, sobre lo duro que es ser profesor porque «tú envejeces pero cada año tu grupo de alumnos cambia y el nuevo sigue teniendo la misma edad».

A veces me parece que los clientes me están contando mi vida con sus conversaciones privadas y no puedo evitar estar más atenta a ellos que a mis propios pensamientos.

Hace una semanas que Julia Viejo (Madrid, 1991) se pasó también por la librería.

Me saludó con la misma naturalidad que lo habría hecho alguien que me conoce desde hace tiempo y se alegra de verme pero lo cierto es que yo no conozco a Julia mucho más allá de Instagram y de otra vez en que vino a una presentación y hablamos y traspasamos la pantalla del teléfono y nos vimos la cara con mascarilla y, entre otras cosas, ella me habló de este libro suyo que iba a publicarse pronto. Julia acaba de publicar un libro de cuentos que, en parte, es fruto de la observación de quien no puede ser otra cosa que escritora y en parte, también es el resultado de un confinamiento maldito que puso a todo el mundo en estado de pánico, aburrimiento o creatividad desatada entre las cuatro paredes de nuestra casa, por culpa de un cierto virus en 2020.

─Perdone ¿aquí venden alzacuellos?

Me soltaron esa pregunta a los dos días de estar trabajando aquí y yo, que llevo desde 2005 curtiendo la gruesa piel de librera que recubre mi cuerpo a día de hoy, ni me inmuté:

─No, señora: esto es una librería.

Volviendo a los relatos de Julia: alguien los define como «brillantes» o algo así en el blurb de la faja promocional. Sí, son brillantes, son especiales, son desconcertantes y son tiernos también, como suelen ser los buenos cuentos que concentran en su brevedad la intensidad de una historia que prometería ser más larga pero que no lo es.

Julia ha sido librera como yo pero es infinitamente más joven, nueve años que son los que marcan la diferencia, por ejemplo, a la hora de apoyarse para uno de los relatos que contiene este volumen, en referencias como las letras de Lana del Rey y el flirteo sexual con una imagen religiosa que yo, en mi caso, hubiera llevado directamente a Madonna y a su temazo Like a Prayer que claro, es de cuando yo tenía siete años y ella aun no había nacido.

Para En la celda había una luciérnaga se han reunido treinta y cuatro cuentos y un prólogo (que casi es un cuento más) y yo he podido leerlos todos en esos ratitos que el trabajo en esta librería me permite, a veces, los fines de semana o al mediodía, o cuando no estoy prestando atención a lo que dicen los clientes.

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