Obra maestra

Obra maestra. Juan Tallón. Barcelona: Anagrama, 2022

Visto (como nunca antes)

María López Villarquide, encargada de la librería La Central del Museo Reina Sofía. Marzo de 2020. Me llamaron para hablar con el jefe en uno de mis días libres. En esa época yo trabajaba en turnos de fines de semana, me ocupaba de la sección infantil de la librería en su sucursal de Callao. Había pedido el cambio de jornada completa a parcial unos meses antes para poder compaginar aquel trabajo con un encargo de la Fundación Telefónica, la documentación para una exposición que iba a mostrar, con diversas e innovadoras tecnologías, los fondos de su Colección «como nunca antes se habían visto». En principio iba a tomar semanas pero finalmente duró casi un año. Me dieron aquel encargo para el Espacio Fundación Telefónica tras una propuesta que les hice yo misma, con mi gracejo natural de documentalista intrépida, sobre una escultura de Juan Muñoz y ciertas referencias a Star Wars en las que no voy a entrar ahora, pero que entonces, a las responsables del proyecto les entraron muy bien.

Me llamaron, decía, y mi jefe me propuso encargarme de la librería del Reina. Después de tanto tiempo invertido en su biblioteca de lunes a jueves y manejando sus archivos, estudiando las vidas de sus artistas no me pareció descabellada la idea de lanzarme a la piscina y aceptar el desafío; yo encargada; yo jefa. Sonaba incluso bien.

Puede decirse que en menos de tres meses todo se precipitó hacia el comienzo del fin. Entre otros muchos rumores y leyendas que descubrí que envolvían al museo, una de ellas era la historia de la desaparición de una escultura de 38 toneladas firmada por Richard Serra; la otra tenía que ver con un fantasma y no la recuerdo bien, pero creo que no distaba mucho de cualquier otra historia de fantasmas encerrados en un edificio emblemático de Madrid, las hay a patadas.

Así que sí, las esculturas se desvanecían pero también lo hacían los catálogos razonados de su servicio de publicaciones, incluso el propio almacén de las mismas: un día estaba y al siguiente se hacía un inventario y dejaba de existir.

En tres meses, ya digo, me acostumbré a las peculiaridades de mi nuevo puesto de encargada pero, lamentablemente, no tuve ocasión de perfeccionar mis destrezas al respecto porque el 14 de este mismo mes nos mandaron a casa y no nos dejaron salir hasta unos noventa días después y nunca nada volvió a ser lo mismo que antes, ni siquiera las desapariciones en el museo.

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