Pronto por la mañana y No es hora de jugar. Lawrence Schimel/Ilustraciones de Elena Brasilia. Egales: Barcelona, 2018
Ambiente de fondo
Llega un equipo de televisión a una librería e instalan sus bártulos: trípode, cámara, micro, focos, mascarillas con el logotipo del canal de televisión… todo listo. Llega el escritor, van a entrevistarlo. La librera continúa atendiendo a los clientes, saltando cables, bajando el volumen del hilo musical, cerrando la puerta, rogando silencio, corriendo detrás del teléfono que suena cuando no debe. Todo eso.
La librera soy yo.
La cadena de televisión es RTVE.
El escritor es Lawrence Schimel (New York, 1971), ha escrito más de cien obras entre relatos para adultos, obras de ciencia ficción y cuentos infantiles. Le van a hacer unas preguntas porque dos de sus títulos, Pronto por la mañana y No es hora de jugar han ocasionado cierto revuelo debido a su contenido y en Hungría han sido censurados.
Explica Schimel que son dos cuentos para niños de entre cero y cinco años. El formato de ambas publicaciones es válido para los más diminutos, los que ni leen ni atienden pero desean devorar las páginas con sus encías sensibles y babosas, admirar los colores y maravillarse con la voz narradora; también son indicados para los mayores, los que tienen ya tres y en adelante, los que ya quieren aprenderse la historia y entender la trama, encontrar la acción y anticiparse a ella, reconocer a los personajes.
Para ellos también.
Al parecer a partir de ahí ya hay que hacer una división más porque hay algunos adultos, los que van de dieciocho en adelante que no entienden estos dos cuentos: que leen solos pero que no saben interpretar lo que leen.
En ambos casos un protagonista cuenta mediante bonitas y sonoras rimas, en tres o cuatro frases sencillas lo que hace nada más despertarse y antes de que desayune su familia y el otro lo que hace justo antes de que su familia le lea un cuento y lo arrope para irse a dormir.
En el primero ese protagonista tiene dos mamás, una hermanita y un gato.
En el segundo la niña narradora tiene dos papás y un perro.
Asegura Schimel que han comparado su caso con el del cuadro de Pieter Brueghuel, el viejo, el mismo que he comentado por aquí en otra ocasión, el de Ícaro cayendo en un rincón remoto de un cuadro cuyo título se refiere a ese detalle diminuto, que casi no se aprecia por quien lo observa que no puede dejar de sentirse deslumbrado por el paisaje enorme y lleno de interés que protagoniza visiblemente el lienzo.
Una noticia más de intolerancia al colectivo LGTBIQ+ contada en una librería.
Dos historias sobre niños inquietos y sus mascotas.
El ambiente, en silencio.
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