El periodista deportivo

El periodista deportivo. Richard Ford, trad. Isabel Núñez y José Aguirre. Barcelona: Anagrama, 2008

Frisar los cuarenta

«Algunas cosas no pueden explicarse; sencillamente son. Y al cabo de un tiempo desaparecen para siempre o se vuelven interesantes en otro sentido. El consuelo de la literatura es siempre temporal, mientras que la vida vuelve a empezar en seguida. Es mejor no mirar tan profundamente, no intentar aclarar nada. Nada me fastidia tanto como pasar el tiempo con gente que ignora esto y que no sabe olvidar, para a que ese tipo de conocimiento explicativo es la piedra angular de la vida».

[pp. 239]

Es ya un clásico en mi rutina lectora el toparme con novelones protagonizados por ese perfil masculino de mediana edad, raza blanca, norteamericano, con nivel cultural sobrado y heterosexual (muy heterosexual desde la primera página, que nadie lo dude) que sin embargo, a pesar de las dificultades se empapa de un carisma que invita a no abandonar su historia y leerla hasta el final.

El periodista deportivo se suma a la tradición.

Un argumento sin demasiado argumento que pasa por la vida de Frank Bascombe, periodista deportivo asomado a los temidos cuarenta años y en crisis de credibilidad con los principios morales y convenciones sociales de su entorno. Frank se lo replantea todo desde un cinismo basculante que en ocasiones se inclina hacia la rigidez y en otras se tambalea, duda y cae roto en mil pedazos. Ese momento de la vida en que todo parece desmoronarse porque la juventud ha pasado de largo, casi sin que uno se diera cuenta, a él le pilla divorciado, con el recuerdo de un hijo muerto por una enfermedad degenerativa y hastiado de su oficio, que le impide el poder entregarse a lo que realmente le gusta y para lo que, sin embargo, parece que también ha pedido toda motivación.

Frank pertenece a un club de divorciados de donde asoma la figura de Walter, quien podría considerarse algo así como la «piedra rosetta» de la novela: las claves que dan las conversaciones mantenidas entre ambos, su relación con otros personajes y, por supuesto, el final demoledor son clave para comprender (hasta donde el autor nos permite hacerlo) la personalidad hastiada del protagonista.

Las contradicciones de Frank lo acompañan por diferentes ciudades, deportistas entrevistados y amantes, elementos que ayudan al lector a cuantificar las insatisfacciones del personaje y un resentimiento contenido que estalla ante la más mínima provocación, en cualquier circunstancia, estado, entrevista y relación de pareja.

Si esta novela la hubiese escrito Houellebecq tendríamos claro que al narrador habría que odiarlo por enseñarnos ese lado oscuro de la vida en sociedad pero, lo que sucede en este caso, es que no es un personaje de Houellebecq quien cuenta la historia sino Frank Bascombe y cae mejor.

Puede que por eso, precisamente, yo prefiera las novelas del francés, pero eso es cosa mía o, quien sabe, cosa de la edad que ya empieza a retorcerme el carácter.

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