Reflejos en un ojo dorado

Reflejos en un ojo dorado (Carson McCullers, trad. Jose Luis López Muñoz y María Campuzano; Barcelona; Seix-Barral; 2017)

Tensión difícil y no resuelta

No sólo de tensiones latentes en los ambientes se alimentan las buenas historias, pero es indudable que las mismas contribuyen enormemente a que una buena historia siga siéndolo en el recuerdo, aun mucho tiempo después de haber sido contada. El recuerdo que se mantiene, puede que engrandecido, tras un relato de tensiones, quizás sea el mejor de los recuerdos.

Reflejos en un ojo dorado refiere al sexo como sello definitivo en la impresión del carácter de sus protagonistas: todos ellos fuerzas de la naturaleza que tiran en opuestas direcciones, según sus preferencias y pasiones. Así, Leonora provoca al capitán, a quien es su esposo por ley, con insistencia y sin éxito. En el proceso, es el soldado Williams quien cae embrujado por su sensualidad, y en su ojo se refleja la silueta desnuda de Leonora, subiendo las escaleras e ignorada por su esposo. La intensidad de esa imagen es suficiente para quedar impresa no sólo en la retina del personaje del joven y vigoroso soldado, sino en el título mismo de la obra.

¿Es Leonora una retrasada mental? Así parece que la describe McCullers en la novela, porque sólo una mujer con deficiencias intelectuales puede despojarse tan libremente de formalismos acartonados y mantener un matrimonio sin sexo, sólo una hembra privada de inteligencia puede disponer casi públicamente de un amigo/amante, sin pudor, sin remordimientos y sin limitaciones… sólo en una novela, por supuesto.

Los cuatro personajes de la historia chocan moralmente, se atraen y se repelen como polos de imán; mientras el soldado Williams y Anacleto asisten al espectáculo de las vidas contenidas y desatadas a la vez, que todos ellos luchan por mantener en el espacio descontextualizado donde viven: un fuerte militar en período de paz.

Deja un comentario

Crea una web o blog en WordPress.com

Subir ↑