Bel-Ami (Buen amigo). Guy de Maupassant. Trad. Mª Teresa Gallego Urrutia. Barcelona: Alba, 2011
Golferio intelectual
No sé quién era Guy de Maupassant, no porque no tenga a mi alcance páginas de papel y «de pantalla» que puedan informarme sobre él, es que prefiero no saberlo. Conozco algunos de sus cuentos (espeluznante Qui sait? de 1890, por ejemplo) y sé que aprendió de Flaubert, que bebió de sus enseñanzas y tragó dócilmente lo que había de saberse en su época para poder «escribir bien», esto es: reflejando la vida como si de un espejo en el camino se tratara. En eso consistía el Naturalismo del siglo XIX.
Tal vez uno prefiera seguir sin saber más detalles de su persona. Da miedo creer sólo un poco de lo mucho que a uno le puedan contar, pensar que haya algo de cierto dentro de todo aquello que pueda descubrirse. Acaso poder identificar en alguno de esos rasgos al protagonista de Bel Ami. Pero con cuidado, podría ser peligroso.
Jorge Duroy trepa por las colinas del periodismo parisino del 1800. A golpe de seducción y fornicio se abre paso entre la maleza de falsedad que recubre al terreno de la redacción de un periódico y a los matrimonios de la alta sociedad. Un don nadie bien parecido que afila sus armas blancas para lograrse un nombre, un apellido y una signatura al pie de cada artículo.
El «buen mozo» al que describe Guy de Maupassant campa a sus anchas por un universo machista que, paradógicamente, es controlado por las féminas. En la sombra pero poderosas, las damas de esta novela hacen y se dejan hacer en los salones que protagonizan sus esposos, los que beben, fuman y discuten sobre las más acertadas formas de arreglar un país y amasar varias fortunas. Duroy se somete a un ascenso social inversamente proporcional al descenso moral que consigue y además, lo celebra.
Y el lector, aburrido de los héroes bondadosos, se topa en estas páginas con un monstruo irresistible que lo seduce y lo conquista, lo atrapa entre sus garras y no lo suelta hasta bien liquidados los acontecimientos y las tramas que en ellas se desatan. La novela se termina, pero queda uno pensado e imaginándose a su protagonista y quiere saber algo más de él, o de su destino o puede que le interese de pronto, cierta información sobre su creador.
Tengan cuidado.
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