Pétalo carmesí, flor blanca. Michel Faber, trad. Jaime Zulaika; Barcelona; Anagrama; 2002
Kilos de insatisfacción
Para cuando el absorto y enamorado lector de esta historia alcanza el desenlace en la página 1.029, sabe que cualquier conclusión a la que llegue en lo sucesivo respecto a su contenido será insatisfactoria. Pétalo carmesí, flor blanca nos deja insatisfechos. Entregados a su lectura, nos hemos enamorado de sus personajes, hemos sido seducidos por el relato de sus circunstancias y hasta hemos llegado a consumar el acto más carnal que nunca un lector hubiera podido imaginar con una novela, pero quedamos insatisfechos.
El orgasmo no se alcanza y la acción se interrumpe abruptamente en el momento menos esperado. Coitus por lo tanto, que es sin lugar a dudas interruptus. Un encuentro sexual truncado que repercute emocionalmente en el lector, dejándolo con ganas de más, porque no nos llega con saber lo que les ha sucedido a los personajes durante el lapso narrativo que dura la historia, porque la novela se afianza en nuestras vidas, y nos entristece no saber más de ella en el tiempo que venga después.
La sensibilidad de Michel Faber se afina y penetra en las mentes lectoras: la segunda persona narrativa casi intimida por lo descarado y avanza el relato como podría hacerlo un experto maestro de ceremonias, que anima a los invitados a adentrarse por pasillos e invadir habitaciones, las cuales de no ser por su dedicación a la hora de levantar cortinajes y empujar puertas ocultas, hubieran sido desconocidas.
Participamos de la fiesta: el esplendor y la condena de las clases sociales enfrentadas, en el Londres de finales del XIX; tuteamos a las prostitutas y saboreamos las viandas elegantemente servidas a la mesa de los burgueses de Notting Hill. El fru-fru de los polisones alzándose y dejando al descubierto enaguas y sexos palpitantes. Pétalos de colores complementarios, para flores que contrastan en la vida de un hombre. El sexo y el amor. La vida y la muerte. El rojo y el blanco.
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