Los enamoramientos; Javier Marías; Madrid; Alfaguara; 2011
El tiempo encontrado
Me pasa siempre que termino una novela de Javier Marías. Me asoma el sentimiento ya desde que la empiezo y para cuando la acabo, concluyo y reafirmo mis intuiciones: que el mundo sería un lugar mucho más especial y bonito, si nosotros hablásemos como los personajes de sus libros:
«Sí, se equivocan los muertos al regresar, y aun así casi todos lo hacen, no cejan, y pugnan por convertirse en el lastre de los vivos hasta que éstos se los sacuden para avanzar. Nunca eliminamos todos los vestigios, no obstante, nunca logramos que la materia pasada enmudezca de veras y para siempre, y a veces oímos una casi imperceptible respiración, como la de un soldado agonizante que hubiera sido arrojado desnudo a una fosa con sus compañeros muertos, o quizá como los quejidos imaginarios de éstos, como los suspiros ahogados que algunas noches aquél aún creía escuchar, acaso por su demorado roce y por su condición tan próxima porque estuvo a punto de ser uno de ellos o tal vez lo fue, y entonces sus posteriores andanzas, su deambular por París, su reenamoramiento y sus penalidades y sus ansias de restitución, fueron sólo las de un fragmento de lápida en la sala de un museo, las de unas ruinas de tímpanos con inscripciones ya ilegibles, quebradas, las de una sombra de huella, un eco de eco, una mínima curva, una ceniza, las de una materia pasada y muda que se negó a pasar y a enmudecer […]».
Esa fluidez de discurso, esa digresión encadenada que se desvía hasta el punto más remoto para regresar siempre, correctamente, al asunto desde el que se inició. La formación de un círculo perfecto que es inmenso y que ocupa varias páginas pero que es un placer seguir leyendo.
Tiene mucho de misterio y de meollo policíaco esta última novela suya: se escoge a una protagonista narradora que con sus recuerdos nos va ayudando a componer el relato trágico de un matrimonio, en donde él es asesinado por error, por culpa del azar desconsiderado que decide aniquilarlo.
Siendo este personaje el de una mujer soltera que trabaja para una empresa editorial importante, que se rodea de creadores de historias y que basa su jornada en la mediación entre éstos y los responsables de publicar sus escritos, no sorprende que dentro del argumento principal desempeñe un papel semejante, como testigo silencioso al comienzo y como mediadora involuntaria más adelante. Ella, que «se enamora» de la pareja perfecta y que asiste a su desaparición al morir él, que consuela y abriga las esperanzas de la que queda viuda, escuchando sus lamentos, acompañándola en su soledad… ella, que se familiariza con el que fuera círculo social del matrimonio y que inicia sin quererlo, un conocimiento demasiado profundo de aquellos que tanto los visitaban. Ella es quien nos hace llegar a los lectores la verdad de lo que va sucediendo y como siempre, como cada vez que uno se detiene en un libro de Javier Marías, nos llevamos la impresión de que tal vez algún día del resto de nuestra vida, seremos capaces de administrar el contenido de lo que sabemos y de contar lo que nos preocupa igual que ella, callando con elipsis magníficas lo que escondemos para nosotros y expresando así, con ejemplos y citas literarias, con frases de Shakespeare y diálogos de Alejandro Dumas aquello que somos, como si hubiéramos recuperado por escrito todo el tiempo que creíamos haber perdido.
Sería muy bonito.