La isla de los perros

La isla de los perros. Daniel Davies; Trad. Federico Corriente; Barcelona; Anagrama; 2009.

(D)olor podrido

Comparar a Breat Easton Ellis y a Michel Houellebecq con Daniel Davies, autor de La isla de los perros, sería repetir contenidos y meter la patita en aguas nada limpias, nada cristalinas y sobre todo: nada refrescantes. La contracubierta de esta novela, editada por Anagrama hacia noviembre de 2009, pregona comentarios de respetadas voces del panorama crítico británico del momento (The Guardian, Mostly Fiction Book Reviews, Arena, Booksellers…). A ellos se les llena la boca con alabanzas y elogios que harían sonrojarse al más confiado y vanidoso de los escritores posibles.

A pesar de todo, puede que lleven razón y sea esta una historia interesante, que engancha desde el comienzo y que no demanda ningún esfuerzo a su lector, con excepción del asco que pueda producirle todo aquello de lo que se le está hablando, lamentablemente: la muy apestosa condición del bicho humano contemporáneo.

La historia elige centrarse en un bicho británico (londinense, para más señas) aunque encajaría igual de bien en otras ubicaciones: hay bichos por todas partes.

Hay islas que tienen perros.

Pero no sólo hay perros en las islas, también habitan en las penínsulas y en el interior de los continentes. Están entre nosotros y son parte de nosotros, mal que nos pese, porque damos bastante pena, como la da Shep.

Jeremy Shepherd, el salido (salidísimo) protagonista de este relato, el cual se bebe con la misma intrascendencia y satisfacción que una caña veraniega, no nos engañemos, escoge huir del meollo urbano para regresar al nido, con treinta y nueve años, sin pudor ni remordimientos. Shep se arriesga y cambia su vida «perfecta y exitosa», por otra sobre la que pueda tener un control absoluto, en la que el sexo y su práctica exhibicionista son la primera necesidad, plenamente cubierta.

Léase esta novela, por ejemplo, como una historia sobre la hipocresía social, la cultura del tabú, el miedo a perder la intimidad en un universo que se alimenta de la falta de vergüenza de quien ni sabe que algo como la intimidad es un derecho; sobre los que ganan dinero con ello y los que lo pierden, sobre la ansiedad y el deseo egoísta, la facilidad para alarmarse y el pánico atroz a ser descubierto… léase, por ejemplo, aunque no se haya leído a Breat Easton Ellis ni a Michel Houellebecq, aunque huela mal el título, la portada y lo que promete el contenido. Más de uno se llevará una sorpresa.

 

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