El bailarín ruso de Montecarlo; Abilio Estévez; Barcelona; Tusquets; 2010.
Equilibrio
Cuando existe compensación en la compleja balanza del buen hacer literario, parece que se nota. Algo rezuma en el ambiente que se genera al pasar las páginas. Uno se da cuenta y sin perder ocasión, aprovecha y lo disfruta.
Abilio Estévez (La Habana, Cuba; 1954) mantiene el equilibrio con este cuento de un anciano a la deriva, alguien que se sirve de la ironía y del humor para narrar sus tristes recuerdos de juventud. Porque se puede narrar con soltura, contar algo -lo que sea- con una sencillez cómoda sin por ello alejarse de un discurso innegablemente dotado de sensibilidad artística y agudeza de pensamiento. Apoyada en un estilo, que sin atisbos de pudor se adivina influido por el gran Oscar Wilde, probablemente esta novela lo consiga.
El bailarín ruso de Montecarlo puede conmover a quien admire a los bailarines como a seres no terrenales, por aquello que llamamos empatía, ya que la descripción que se da de ellos en esta historia no es ajena a ese mundo del sacrificio placentero ante el espejo, de horas de sudor y repeticiones (aunque se asegure que los bailarines no sudan, brillan, sus cuerpos también transpiran). La voz fantasmal que narra esta historia pertenece -o simula pertenecer con asombrosa credibilidad- al colectivo de aquellos que han bailado, y parece que saque a la luz los recuerdos que le oprimen el pecho, dirigiendo sus observaciones a los que son de su especie.
Aunque no sólo a ellos: la narración de Estévez, compensada como una buena coreografía, conjuga la temática de la danza académica, con otros asuntos de índole más cotidiana, abiertos a lectores que quizás nunca hayan pisado una clase de ballet, pero que puede que sí que vivan o conozcan ciudades como Barcelona. Con la misma dedicación, la novela da cuenta de sus calles y plazoletas, de lo bizarro de las gentes que se esconden o se prostituyen en sus barrios, regentan hostales y venden en los mercados. Un personaje los observa y los relaciona, buscando a alguien, huyendo de algo y encontrándose a sí mismo, que en eso mismo consiste la vida.
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