Dublinesca; Enrique Vila-Matas; Barcelona; Seix-Barral; 2010.
Cargando las tintas
Pesa la información que no aporta nada, que no interesa porque es prescindible. La voz que describe al editor protagonista de esta novela, lo trata con desprecio y menosprecio, en un intento por contagiar al lector de ese mismo sentimiento que no termina de cuajarse, por mucho que éste vea que aquél es un ser tan insoportable que ni siquiera es capaz de convivir consigo mismo.
Dublinesca propone la descripción mental y física que Riba (un editor recién jubilado, que hace de sus frustraciones por no haber sido escritor el mayor de los dramas de la existencia) emprende desde el Eixample barcelonés hacia el meollo urbano de Dublín, ciudad que se perfila más imaginada gracias a las palabras que en su día le dedicó James Joyce, que real.
Lo que a lo largo de la narración vaya sucediendo es algo que carece de interés; se suman unas citas a otras, un pensamiento depresivo con ánimos apocalípticos al incesante encadenado de referencias intertextuales, que son demasiadas y que tampoco aportan nada al lector.
Sin embargo, si Dublinesca encuentra un aspecto que efectivamente logra conectar con quien la lee, sea quizás el sutil mensaje lanzado por medio de un comentario acerca de Los muertos, el hermoso cuento de James Joyce dentro de la antología Dublineses: que los fantasmas cohabitan con los vivos a través de los recuerdos, de la memoria de aquello que a veces contamos y que otras se oculta, hasta que sale a la luz en el momento menos esperado:
«No, si ya se sabe. Siempre aparece alguien que no te esperas para nada».
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