Crimen y castigo

Crimen y castigo. Fiódor Dostoievski; trad. Juan López-Morillas. Madrid: Alianza, 2012

Crimen, castigo y vicio

Óiganme todos ustedes, gentes de bien que me consta que lo son porque no sólo han dado con esta página de casualidad, sino que además se han parado a leerla y eso es de ser buen humano, de ser humano bueno.

Sepan que llevo varios meses con una mochila imaginaria a cuestas en la que cargo con el volumen virtual de Crimen castigo, cuyos contenidos no son nada ilusorios sino reales como la vida, hirientes como la realidad misma lo es. Yo lo leo y lo repaso, lo reservo para mis momentos tranquilos de paz y concentración, lo asimilo, lo pienso. Me lo llevo a todas partes y entre cada parte lo descanso: sepan que lo alterno con elementos tan fútiles y vagos que vergüenza debiera darme reconocérselos a ustedes; pero no me la da y así de claro lo digo: he leído la bibliografía completa de Nuria Roca, con o sin su esposo, entre medias de este libro y me he quedado tan ancha.

Tal vez mi conducta les sugiera a ustedes un merecido castigo sobre mi persona. Quizás piensen que yo, habituada a mostrarme como lectora pensante de textos varios, que no acostumbro a hacer gala de mis vicios y perversiones más allá del ocio bien aprovechado ante una pieza literaria de indiscutible respeto, debiera callar tamaña contradicción. Ocultar una afrenta así sería por tanto lo lógico dada mi condición y habiendo yo llegado a este punto en el desarrollo de este blog de crítica y opinión sobre literatura.

Pero ante todo soy persona, ni lo olviden ni lo eludan: creo siempre en lo que digo y digo a veces lo que pienso.

Cuando escribo, trato siempre de expresar mis emociones, transmitirles reacciones a las piezas que descubro. Es por esto que ahora canto las bondades literarias de un solemne mamotreto que al que admiro con respeto.

Pocas cosas haya en este mundo en que vivimos, más poco claras que la justicia ¿o acaso creen que se habrían escrito tantas novelas si todos los que las leen tuvieran la misma percepción de lo que es justo y lo que no? Pues en esas anda Raskolnikov, el protagonista de esta historia, que toma conciencia del arrepentimiento cuando ya es tarde para evitar la injusticia, que responde a las consecuencias de unos actos tal vez crueles, tal vez sólo inadecuados o quizás sencillamente mal planificados pero en cualquier caso: contrarios a la ley, esa ley que nos protege a todos.

El asesinato es un crimen y los crímenes están penados; que uno piensa cambiar el mundo con un hacha y mucha ilusión pero se da cuenta (tarde) de que no eran formas. Así no se puede ir por la vida, Rodia…

Para cuando aparco el cuarto de los bestsellers de la Roca y el del Val, se me ocurre que era bueno ver de nuevo a Woody Allen, así que reservo dos horas de una tarde a un Match Point revisitado y aderezado con las sugestiones de Dostoievski sobre su argumento.

Y qué placer ver y oir otra vez esa fábula de las malas acciones y la maldita buena suerte de algunos humanos. Qué interesante todo, qué bien que bailan los personajes con esos dilemas existenciales y ese egoísmo tan obvio, tan penable.

Entonces recupero la novela y veo en ella todo un ejemplo de conducta y una filosofía de vida que parece que quiera copiar el protagonista al que interpretaba Jonathan Rhys-Meyers, un ideal de vida que acaba atrapándolo hasta dejarlo inmóvil en medio de su propia tela de araña: salvar mi pellejo y salir ileso pero cargar con mi pesada conciencia, para siempre.

Es lo malo de interpretar libremente un texto, que a veces el resultado no favorece, a nadie.

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