A Constant Forge

A Constant Forge (Íntimo Cassavetes); Charles Kiselyak; 2000

Intimidad compartida

En febrero de 1989, moría de cirrosis John Cassavetes. Aquel director, productor, escritor, guionista y actor de 59 años apasionado de su profesión como pocos, abandonaba todo esto y nos dejaba doce películas realmente prácticas, no sólo para comprender lo que había sido su existencia, sino también para dar significado a las vidas de los hombres que las ven. A las vidas, en general.

Traducido en España como Íntimo Cassavetes, el documental de Charles Kiselyak A Constant Forge explora los lugares en donde nacieron y donde se forjaron las ideas que John Cassavetes convertiría en películas a lo largo de su carrera.

Asesorado por Ray Carney, tal vez el biógrafo más consecuente de los que hayan podido escribir sobre este director (Cassavetes por Cassavetes, trad. Daniel Najmías; Barcelona, Anagrama, 2004) este trabajo se pasea por las opiniones y los comentarios de actores, estudiosos y amigos del artista, para contar cómo era y por qué hacía todo aquello, todo aquel cine tan extraordinario.

Porque el cine de John Cassavetes «se sale de lo normal» y por eso no deja de ser fascinante nunca. Podrán pasar años y años y sus espectadores seguirán sintiendo extrañeza y emoción al ver esas historias interpretadas por esos actores tan íntimamente conectados a la figura de John Cassavetes.

Los rodajes de películas como Faces (1964-68), A Woman Under the Influence (1972-74) o Love Streams (1978-81) eran reuniones de trabajo igualmente extraordinarias. Explica Sean Penn en uno de los testimonios incluidos en la cinta, que hay una larga lista de actores en busca de «un John», actualmente, porque aunque no se considerara a sí mismo como un verdadero «director de actores» realmente debía de serlo y bastante bueno.

Cassavetes conocía a su equipo, los citaba en su casa, discutían y ensayaban casi sin interrupción hasta que en medio de todo aquello brotaba una chispa de realidad y veracidad que nada tenía que ver con lo que el espectáculo de Hollywood proponía (y sigue proponiendo) a su audiencia año tras año:

«Nuestras películas no tienen que ser fotografía. Es sentimiento. Y si capturamos ese sentimiento de la gente, de un modo de vida, será una buena película. Es todo lo que queremos hacer: queremos capturar esa sensación. Nuestro cine, el modo en que lo hacen, es horrible. Lo llaman «fotografía europea». Es una palabra fea. «Arte» es una palabrota en este país…»

[John Cassavetes]

Por lo que a mí respecta, el idilio con John Cassavetes comenzó mucho después de haber visto una película suya por primera vez, de hecho se inició casi diez años más tarde. Quise saber qué hacía el co-protagonista de Rosemary’s Baby cuando no era dirigido por otros y descubrí que actuar para otros, era realmente la forma que mejor tenía de financiar sus propias películas, el auténtico trabajo con el que se apasionaba.

También comprendí la leyenda que cuenta que durante el rodaje con Roman Polanski habían saltado chispas. Ambos directores se encuentran sentados en los extremos opuestos del espectro de la técnica de realización: la perfección obsesiva de Polanski, su control absoluto de los aspectos aparentemente más irrelevantes en el rodaje de cada secuencia, en el encuadre de cada plano, son lo contrario a lo que John Cassavetes buscaba en el cine; era flexible y quería autenticidad “I like it when it’s better!” asegura en mitad del documental “Hate it when it’s lousy”.

Vi Faces cuando atravesaba esa etapa del estudiante de cine en sus años más tempranos, el tipo de avidez informativa que pocas veces se siente satisfecha. Me refiero a esos años en los que quieres verlo todo, aprehenderlo y disfrutarlo en igual intensidad ¡como si fuera posible, demonios!. Entonces, Faces no me gustó.

No diré que no entendiera Faces en aquella ocasión porque no es especialmente complicada y creo que cualquiera puede hacerlo, sin embargo, no era mi momento. Ya me he referido a esta idea en entradas anteriores y sigo opinando lo mismo: para conectar con el cine de John Cassavetes, que no es otra cosa que pura vida, lo que está claro, es que uno tiene que haberla vivido antes.

Vean las películas de este hombre con la frialdad de quien se atreve a pensar en sus propios problemas para hacerles frente y derrotarlos. Asuman que cada historia de todas las que trazó su cámara eran pedazos de su manera de sentir, nada más y nada menos.
Cuentan que sus películas suponen el nacimiento del verdadero cine independiente: el fruto de un trabajo al margen de objetivos económicos, un producto sincero con el espectador, que le descubre sus miedos y sus preocupaciones, que habla de cómo somos y de cómo amamos, sin clichés y sin happy endings: los finales de las películas de John Cassavetes, se limitan a interrumpir una historia, no a terminarla, porque eso es lo que sucede en la vida real.

Hacia 1962, cuando rodaba A Child is Waiting (Ángeles sin Paraíso), John Cassavetes comprendió y se prometió a si mismo que jamás volvería a participar con los grandes estudios, porque exigían del director un tipo de compromiso diametralmente opuesto a sus aspiraciones personales: el del resultado comercial.

Si alguien, alguna vez ha reparado en la frase con la que se remata cada página de este blog, sabrá que pertenece a John Cassavetes y deducirá que la he escogido porque me gusta. Pues bien: la he escogido porque la encuentro asombrosamente motivadora. Cuando la leo, pienso en el día en que yo pueda decir eso mismo volviendo la vista atrás y siento que quiero trabajar duro para conseguirlo, para que nunca nadie me impida hacer lo que quiero, para que nunca deje de ser yo misma.

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