An Education

An Education (Lone Scherfig, 2009)

Creyendo a Jane

Por motivos que escapan al entendimiento de la responsable de estas líneas, desde siempre, resulta que las novelas de Jane Austen son consideradas “para señoritas”, por tratarse de un tipo de literatura “apta para la educación de la mujer”. Curiosamente, esas supuestas “señoritas” destinatarias de los textos de la autora inglesa de comienzos de siglo XIX no deberían encontrar quien las represente en la época actual, la cual se precia de estar recuperada de cualquier rastro de machismo o sexismo característico de tiempos pasados. Somos modernos y a la mujer ya no se la educa de un modo diferente que al hombre, gracias entre otras, a Mary Wollstonecraft y a sus esfuerzos por convencer a la sociedad de que las hembras también tienen derecho a pensar, a opinar y a votar.

Aunque en esta sociedad nuestra, hoy en día una jovencita aspire a alcanzar objetivos alternativos al de encontrar un macho acaudalado que se ofrezca a desposarla, siguen siendo exitosas y leídas con gusto novelas como Pride and Prejudice, Sense and Sensibility o Emma; emocionan sus argumentos y continúan siendo adaptadas al cine o la televisión, nadie cuestiona su valor como clásicos universales. Son buenas. No necesitamos más.

Diferente asunto es, sin embargo, descubrir los motivos por los que la señorita Jane escribía sobre aquello o interpretar sus romanticismos ñoños como denuncias de la disposición injustamente sexista de la sociedad decimonónica. Tampoco ha lugar.

Nick Hornby firma en esta ocasión, para Lone Scherfig, un guión que pudiera ser el hijo contemporáneo de aquellas historias ideadas por Austen doscientos años atrás. El autor de Fever Pitch o High Fidelity, adaptado al cine con exitosa frecuencia para hablar de jóvenes británicos modernos, azotados por preocupaciones convencionales pero que destilan sarcasmo a paladas, escoge aquí un retrato de otra época, la década de los años cincuenta, y un punto de vista femenino: una Jane Austen chic a la par que inteligente, que lee con criterio Jane Eyre, idolatra la misteriosa cultura francesa y se deja tentar por los encantos del lobo feroz adulto. Una adolescente cultivada gracias al esfuerzo de sus padres y a su propio sacrificio, que hubiera podido llegar a ser una gran amiga de su público, de no ser por ese “momento epifánico” final, que echa por tierra la ideología planteada desde el comienzo, precisamente, por destapar lo que ya era evidente (y elegante) mientras sólo se intuía y no se mostraba.

Sigan siendo las historias del mil ochocientos… sobre campesinas pobres pero inteligentes, que son casadas con hombres pudientes, mejores ejemplos para contar lo mismo (y poder contárselo a las “señoritas”).

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