The Edge of Love. John Maybury, 2009
Truño estiloso
Aunque los primeros minutos de esta película puedan resultar más que curiositos, llamativos y hasta podría considerarse que “interesantes”, lo cierto es que en su conjunto no es más que una grandísima decepción para todos lo que alguna vez hubimos de disfrutar con Atonement, o imaginamos que ésta podría ser algo parecido a dicha producción. No hay color ni olor, ni sonido ni sabor: es un truño.
Lo que en un primer momento promete ser un esquema simbólico bastante original para contar una relación a tres (o cuatro) bandas, a saber: que el cielo y la tierra, lo superficial y lo subterráneo, el presente y el pasado, la calle y el metro… coincidan y choquen con inevitable sufrimiento para todas las partes, sin más se esfuma en cuanto la trama se desvía por derroteros más románticos y estereotipados y menos ingeniosos.
Colocar a Keira Knightley en cabeza de cartel es un detalle que no pasa desapercibido; la muchacha pone muecas y aprende a cerrar la boquita ante la cámara, a cantar a pleno y propio pulmón y a lucirse tan mona y huesuda como ella sola es, pero además de con sus pómulos, la pantalla se completa con los ojitos de Sienna Miller: estamos por tanto ante un caso evidente de estrategia de persuasión para el espectador, que pasen y que vean una peli que, como mínimo, va a asegurar la presencia de chicas estilosas paseando y posando a lo largo de su hora y cuarenta y cinco minutos de duración.
Decir de paso, que la historia cuenta las relaciones entre el poeta Dylan Thomas, su mujer y la amante de la adolescencia de aquél, cuando se reencuentran en el Londres de 1940, sorteando circunstancias más que desfavorables para todos y todas. Salvando las groseras elipsis temporales que el argumento lanza al espectador sin pudor alguno, puede añadirse como defecto mayor el trabajo de la dirección artística, la cual parece más propia de una producción para revistas especializadas en decoración de interiores (adorables campiñas inglesas, etc, etc) que de una película ambientada en una época con una guerra partiéndola en dos. La duda de que alguien llegue a creerse un cuento como este, ofende y mucho.
Por lo que respecta a la banda sonora, parece que el propio Angelo Baladamenti se copie a sí mismo y se imite sus más esplendorosas composiciones para films mejor recordados: notas sueltas que caen sin pena ni gloria detrás de las imágenes. Una penita.
Viendo películas como ésta, el público más desesperanzado llega a creer que ya está todo hecho, que no hay nada que sorprenda o que sea capaz de atraer la atención sobre sí mismo, dada su propia naturaleza como film: los ángulos imposibles con una generosa perspectiva de los techos de los decorados ya los propuso Orson Welles hace unos cuantos años; la distorsión multicolor de rostros hipermaquillados en espacios oscuros, bajo focos de luz escondida es cosa que en su día cubrió de gloria a autores como Wong Kar-Wai; y qué decir de esa belleza sensible e intransferible de la antes mencionada Atonement, que intenta sin éxito ser robada y apropiada en esta ocasión (inevitable es reparar en la machacona repetición del “come back” prodigioso de aquella joya de Joe Wright, aquí en boca de actores que lo vomitan gratuitamente, sin respeto ni consideración). The Edge of Love aburre hasta la saciedad, pero no está de más echarle un vistazo a sus resbalones, que de todo se aprende.
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