Revolutionary Road

Revolutionary Road. Sam Mendes, 2008

Revolución truncada

Hay un momento en la película Revolutionary Road, en que el protagonista Frank Wheeler comenta que su esposa April se ha provocado ella misma el aborto del que en ese momento es víctima y que la mantiene debatiéndose entre la vida y la muerte. Son las palabras más certeras de la historia: se lo ha provocado ella misma es una frase que concede a April la responsabilidad absoluta de la desgracia que se desencadena en el argumento, y la pronuncia su esposo, su compañero, el padre de sus hijos y el hombre del que una vez se enamoró y con quien construyó una familia, que ninguno de los dos quería.

Se respira a lo largo de esta magnífica película (y me atrevo a intuir que no menos espectacular novela) un olor a resignación y frustración al que ninguno de los espectadores desea acercarse, pero que inevitablemente lo siente: aroma de fracaso real, de vidas reales azotadas por ilusiones rotas y errores voluntarios. Vidas irremediablemente vacías, después de todo, que dice otro de los personajes, en otro de los numerosos brillantes momentos del film.

Nos cuenta el argumento que los Wheeler son un matrimonio aparentemente dichoso, esforzado por disimular ante el vecindario la crisis de valores vitales que progresivamente se va adueñando de ellos. La pareja se detiene y encara sus problemas, pero no se pone de acuerdo en las soluciones; diferentes modos de ver la vida que provocan diferentes actitudes respecto a ella: la cobarde y conformista de Frank, que esconde su insatisfacción tras la mesa del jefe que le promete ambiciosos ascensos en un trabajo que odia, que juega a sentirse conquistador siendo infiel a su esposa con una plana e insulsa secretaria, frente a la idealista y arriesgada de April, la actriz frustrada que propone viajar a París y huir de ese barrio y esa ciudad que tan poco tiene que ver con la magia soñada en los inicios del noviazgo.

Llega a nosotros esa tensión entre ambos, las ganas de “salir de la mediocridad” porque “no merecen” ese destino, porque ellos no son como los demás y la mediocridad no corresponde a esos seres “tocados por una varita” que Frank y April creyeron ser en algún momento del pasado… y entonces interviene un loco o, tal y como lo definen en la película: alguien que no es normal y que no está bien; este loco no comprende por qué la pareja se rinde antes de empezar, ni por qué de pronto deciden que jugar a las casitas es a lo que quieren dedicar el resto de sus días, si unos días atrás consideraban que la felicidad había que ir a buscarla a otro lado.

Un loco demasiado cuerdo, quizás.

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