Ordet (La palabra) C. T. Dreyer, 1955
Gran hermano, no te abandona
Se dice que Ordet, la película que Carl Theodor Dreyer estrenó en la década de los cincuenta, basada en la pieza teatral de Kaj Munk es un caso excepcional y, probablemente la obra más profundamente religiosa filmada jamás. Hay muchas opiniones, respecto a un film que, desde luego, despierta reacciones poco convencionales y diversas en cada espectador que se presta a consumirla, a vivirla y a meditarla.
Se sabe que Dreyer llegó a rodar tan sólo catorce largometrajes y que su modo de trabajo no se caracterizaba precisamente por la falta de atención sobre detalles que fueran a resultar característicos de su identidad como realizador: Carl Theodor, el hombre que se formó sobre cinematografía trabajando como rotulista en la “Nordisk Film” y como crítico para varias publicaciones de la época en Dinamarca, no se apartaba de sus convicciones y plasmaba ideas suyas (y sólo “suyas”) en todas las obras que llegó a estrenar. Personal y metódico, para algunos “tirano y obsesivo” consideraba que el cine debía mostrar autenticidad, que los actores habían de ser reales y naturales (huyendo sin embargo del “naturalismo”, entendido como estilo que copie la realidad) que en cada historia tenía que aparecer todo aquello que fuera “necesario”, cumpliendo la función que le fuera encomendada en su momento y ninguna otra.
En Ordet se habla de un milagro; el espectador es testigo de un suceso inverosímil, pero cuya lectura se subordina en última instancia, a la interpretación personal que cada formación religiosa quiera concederle en un momento dado; pero sin embargo, es la cámara quien no abandona a los personajes en ningún momento y por tanto, nada escapa a la comprensión de quien observa, porque todo sucede ante sus ojos, salvo lo que no necesita contarse. El “fuera de campo” en Ordet se reduce por tanto a “lo que el espectador imagina” y no necesita ser mostrado, eso sí: depende de si uno cree o no, de si uno quiere creer o no está dispuesto a ver más allá.
Resurrección o catalepsia, milagro o recuperación de una enferma, en definitiva es un cuento sobre la familia y la fe. Quien observa este cuento con detalle, aprecia un mensaje a través de sus planos que va más allá de la simple charla moral: que la familia permanezca unida es cuestión de que los miembros crean en ella; que el Dios redentor lo redima a uno, es cuestión de que se lo crea y le crea quien sea el interesado, y que lo sea siempre, no sólo cuando truena. Todo ante la mirada de un espectador que puede sentirse iluminado o no, pero que no deja de ser como ese “ojo que todo lo ve” y que está capacitado para juzgar, como si del mismísimo demiurgo se tratara.
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