Perros de paja (Straw Dogs) Sam Peckinpah, 1971
The Pride and the Fury
El verdadero ciego: el que no quiere ver. Con algo más que reminiscencias a la novela de William Faulkner The Sound and the Fury, la película de Sam Peckinpah Straw Dogs, pesa con una perplejidad brutal en el poso de quien la ha visto, intensa y muy directa en todas sus expresiones simbólicas: celos, inseguridad, reclamo, presión, doble moral, sociedad asfixiante, falsas apariencias… miedo. Una trampa para ratas.
Para algunos, la cinta desarrolla el proceso hacia la ruptura definitiva de un matrimonio mal avenido, tras la violación que sufre la esposa en el entorno social de un pequeño pueblo inglés, asfixiante e hipócrita. Para muchos, la mujer sufre dicho castigo como consecuencia a su actitud pavoneante y coqueta ante los pueblerinos y ante su ex novio.
Pues bien: no es lo que yo opino.
Para mí, el gran acierto del film se encuentra en la tensión que desgarra a los personajes por todo aquello que les sucede y “no cuentan”, porque no se atreven, o porque no les está permitido dentro de la sociedad en la que habitan; una tensión que se traslada directamente al espectador, nada más comenzar la película y gracias al primerísimo plano del pecho sin sujetador de la protagonista, cubierto con un jersey blanco, que no podemos dejar de mirar ni los espectadores ni los obreros ante los que el personaje va caminando, ni tampoco su esposo, quien sin embargo, no hace nada ante las peticiones de “auxilio” de la chica en cuanto se siente acosada. Nace la empatía de quienes asistimos a la situación hacia esta mujer enamorada y comprensiva con su cobarde esposo. Sabemos que son jóvenes y que se aman, que el pueblo es pequeño, la tendencia general machista y la moral imperante, doble.
La mujer será violada mientras su marido esté “sociabilizando” durante una jornada de caza con los obreros (ellos, ciertamente, le han tendido una trampa como a las ratas no sólo las matamos, también las criamos).
Ella, la esposa “al descubierto”, abre la puerta a su ex novio y propone una copa con ánimo de vengar la cobardía de su marido, pero cuando la bestia se abalanza sobre ella y la posee, el público percibe que no era aquello lo que iba buscando la mujer: no era ese el objetivo de la insinuación, porque hay límites y se acaban de transgredir. Ella no quiere ser infiel, no es ese el tipo de castigo, pero es violada, forzada por su antiguo amante y por un compañero de éste, que la amenaza con una escopeta.
A partir de este momento, nada será revelado y la joven se irá hundiendo progresivamente en un silencio humillante, mientras su esposo se resista a aceptar la fuerza de aquellos más fuertes que él: se cobijará en su reino de dominación, el de las matemáticas.
Tal y como sucedía en The Sound and the Fury, un personaje con deficiencias mentales va a ser el chivo expiatorio de un pueblo entero. Al muchacho, inconsciente de sus actos, se lo persigue ante una sospecha generalizada de desear violar a la hija de un cliente asiduo de la barra del bar. Ella como ninfómana incipiente, que ha sido rechazada por el protagonista, busca al retrasado y se lo lleva al granero; pero en cuanto notan la ausencia de ambos en la parroquia, la furia se desata y el grupo de bestias que antes forzaba sin atisbo de humanidad a la atractiva americana, ahora se obceca por encontrar a ese supuesto “violador” y darle muerte.
Sin embargo, será la “rata apocada” quien aniquile a todos los hombres fuertes a los que no era capaz de enfrentarse, movido por una suerte de presión que lo conduce al extremo de sus capacidades agresivas. Ella es liberada y escapa, abandona a su esposo y al pueblo en general. No importa hacia dónde conducen la víctima indefensa y el héroe inesperado, porque el orgullo ha quedado a salvo.
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