«Coloque el producto en la bandeja».
Miro a los lados por cerciorarme de si hay alguien atento a mis movimientos pero me doy cuenta de que no lo hay. Son demasiadas personas en ese centro comercial con demasiadas ocupaciones y preocupaciones como para prestarme atención a mí, que además soy extranjera y he configurado la máquina de «autocobro» para que hable en mi idioma.
El caso es que he colocado el producto en la bandeja. Se trata de una piña y ahí está, puntiaguda y acechante en un equilibrio extraño delante de mí y sobre la bandeja.
Nada sucede. El precio no sale en la pantalla así que la retiro, pero entonces la máquina se bloquea; una luz roja intermitente anuncia el aviso para que acuda un responsable. Empiezo a ponerme nerviosa, hacer la compra no debería ser una tarea que dure más tiempo que un control de seguridad del aeropuerto y lo está siendo.
Demonios. La responsable con su chaqueta azul viene hacia mí con gesto serio, cualquiera diría que la he despertado de su siesta.
⏤I don’t know what happened… sorry, it doesn’t work.
Le digo vacilante. Me protejo como si viniera con intención de darme una paliza y todo lo que hace es colocar una extraña llave en la pantalla, teclear un par de cifras y desbloquear así el dispositivo para que pueda continuar «autocobrándome» la piña y todo lo demás.
⏤Merci beaucoup. Tres gentil.
Nada. La señora responsable de chaqueta azul no me mira pese al esfuerzo de dirigirme a ella con mi impecable francés express.
Continúo colocando artículos en la bandeja como si nada hubera pasado y todo va bien, hasta que la piña regresa.
La vuelvo a poner en la superficie indicada para tal fin pero, al contrario que sus compañeros los tomates y los yogures ella no muestra su valor, ella no se pone precio, ella no quiere ser un artículo más en la cesta de mi compra.
El afán de protagonismo de la piña me obliga a lo peor y es ahora, tres meses después de aquello que confieso mi delito: sí, miembros del jurado popular, yo confirmé la operación en la máquina y pagué con mi tarjeta de crédito.
La piña, por supuesto que no se había incluido en el importe final.
Soy una delincuente.
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