En París también las librerías son elegantes. Si por «elegante» nos referimos a ese vago concepto que asocia lo simple y sencillo a lo bello y próximo a la perfección, claro, en ese caso podemos concluir que sí, que en París las librerías también son espacios provistos de elegancia. En cualquier otro caso, pues no.
Una calle como ésta, en París, puede considerarse elegante ¿por qué no? No tiene nada estridente, no le sobran colores y está llena de blancos y blancos «rotos», marfiles, grises pálidos, beiges y cremas; está limpia sin mostrar signos claros de haber sido frotada con detergente por nadie y, sobre todo, está vacía. Una calle así tiene estilo y se yergue orgullosa por encima de cualquier otra en cualquier otro barrio más señorial o aristocrático de los que imperan en los bulevares de la ciudad.
Viéndola me acuerdo de las estanterías de las librerías, que al fin y al cabo es de lo que venía a hablar, porque en París hay muchas tiendas en donde se venden libros y también muchos mercadillos donde se vende de todo, y en ellos, como es natural, imperan las ediciones en francés que -¿por qué será?- suelen ser de color blanco, o blanco «roto», o crema, o marfil.
Pienso que la decisión no es ociosa. Se me ocurre que alguien, en algún momento, decidió que las ediciones francesas agrupadas en una misma balda tendrían que destacar por su elegancia, que sería bueno para reconocerlas sin que con ello perdieran de vista su porte y su categoría estilisticamente evolucionada, mucho más que la de los libros escritos en cualquier otra lengua.
No sé, se me ocurre.
En cualquier caso resulta muy placentero adentrarse en una librería allí por eso. Recomiendo que hagan la prueba: es como darse un baño purificador de la vista.
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