¿El post que todos estaban esperando? Bueno, ya sé que aquí nadie espera nada pero me gusta la idea de creer que hay alguien por ahí pensando «¿De qué escribirá María hoy?», como quien arranca la hoja de su almanaque y descubre un nuevo aforismo, un proverbio o la frase que, supuestamente, ha dicho en alguna ocasión cierto personaje famoso.
Pues hoy tocan los postres parisinos, mon Dieu!
Opino, sinceramente, que los dulces en París son, sin lugar a dudas, los reyes de la fiesta, que la charanga de la ciudad no está completa si no se vive la hora del postre en todo su esplendor, con surtido, con pequeños bocados que salten del plato de un comensal a otro, con curiosidad y con capricho.
Mejor sin hambre, eso también lo advierto o la indigestión puede ser asesina.
En primer lugar, hay que probar el auténtico maccaron, que nada tiene que ver con cualquier sucedáneo del mismo que hayamos podido comer en España. Para los que dicen que ese postre «no les hace mucha gracia» que por favor prueben lo que se hace allí, que es de otra categoría. La confitería más rancia y cutre de la ciudad ofrece, sin lugar a dudas, una buena muestra del producto, así al menos me sucedió a mí, que me pedí uno relleno de frambuesas y crema en un local cochambroso atendido por dos mozas muy antipáticas y me supo a néctar de dioses.
Luego está la tarta de manzana que se hornea del revés, la famosa tatin. Esa es más fácil encontrarla de buen calibre en nuestra patria pero ojo, con esa nata que la acompañe y ese toque inexplicable como de manzanas tostadas ya digo que no, que eso hay que vivirlo allí.
Partiendo de estos dos ejemplos, básicos y sencillos, todo lo demás es cuestión de dejarse llevar y deslizarse por los mostradores frigoríficos de las pastelerías, los escaparates y los menús de los restaurantes: El éclair de café o el gâteau Royal los hay en cualquier sitio pero, como sucede con las palmeras de chocolate españolas, todas son diferentes.
La tiparraca borde de la confitería me sirvió un maccaron espachurrado y le dije que me lo cambiara, que estaba reponiendo las bandejas y que yo no era imbécil, que me había querido colar el más feo para darle salida. No me lo coló. Me dio otro más bonito (los postres tienen que ser bonitos porque si no, no saben igual) le di un bocado esperando lo peor y de pronto se hizo la magia, aquel pedazo de almendra molida con azúcar y frutos rojos me dilató las pupilas de emoción.
Así que nunca se sabe.
Con los dulces se ha de tener paciencia. Con algunas dependientas también, aunque creo que esto ya lo he dicho antes.
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