Existe una suerte de maldición, que sufro desde que tengo autonomía para emprender mis propios viajes por el mundo adelante, consistente en toparme cerrados ciertos espacios turísticos o lugares icónicos en mi destino de viajera; edificios en obras, en reparación o, directamente, destruidos por un incendio unas semanas antes de mi llegada allí.
A mi amiga Bea le sucede lo mismo y lo hemos hablado recientemente: ya lo siento, querida. Tanto sufrimiento será recompensado en algún momento, verás.
A mi llegada a París en esta ocasión he tenido la suerte de sortear la maldición casi por completo, que ya iba siendo hora porque la vez anterior fue en 2019 y ya se sabe: Notre Dame acababa de sufrir unos cuantos «daños irreparables».
Esta vez me quedé sin ver el obélisque de Louxor de la Place de la Concorde, que lucía cubierto por un andamio al cumplirse doscientos años del desciframiento de sus jeroglificos; tampoco pude pasearme por las habitaciones del Hôtel Lauzun y no contemplé los seis tapices de la dama y el unicornio en el Musée de Cluny. Aunque no estuvo mal la experiencia, esto último me hacía especial ilusión.
En la foto estoy feliz y contenta, recién llegada a la ciudad y sosteniéndome en precario equilibrio por una pasarela ajardinada como si tal cosa. Algo perfectamente normal. Todavía no sabía que el museo iba a verlo sólo desde sus muros exteriores, que entraría y saldría varias veces de la librería que hay en la placita adyacente y que me sorprendería al descubrir tantísimas tiendas de artículos de acampada y senderismo en la Rue des Écoles, allí al lado; pasado el tiempo, lo de las librerías tiene sentido porque es el barrio universitario de la Sorbonne, pero lo de los piolets y cantimploras sigo sin entenderlo.
En cualquier caso: me perdí los tapices. Mi amiga Alba, que acaba de visitar la ciudad, me ha dicho que son maravillosos y no me cabe duda, por el misterio que suscitan, por el mensaje velado a través de sus imágenes y símbolos, por ese sexto tapiz que no se corresponde con ninguno de los sentidos (los otros cinco se dedican a la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto) o que los contiene a todos, quién sabe.
Tendré que regresar a París, me temo.
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