Bueno, pues resulta que me comí un crêp de callos, o al menos a eso sabía y ese aspecto tenía. Qué horror, aquí mi consejo: no lo hagáis nunca.
El barrio de Montparnasse es el lugar ideal para explorar restaurantes en donde sirven deliciosas crêpes y galettes; en principio cualquier sitio vale para degustarlas excelentes y de cualquier tipo, sean las primeras de harina convencional y las segundas de esa variante llamada de trigo sarraceno. Desconozco la diferencia pero es cierto que hay surtido y que el abanico es amplio, lo suficiente como para no perderse.
Aun así, yo me perdí.
La Rue Montparnasse es una calle que alberga por lo menos cinco restaurantes especializados y se puede improvisar prácticamente sin miedo al fracaso: pequeños establecimientos con un par de mesas en la terraza en los cuales llegan a apretujarse hasta seis personas, cada una con su plato y su cuenco de sidra, que así, al parecer, es como debe degustarse la auténtica crêpe bretona.
La calle, que no es muy larga, estaba sitiada con obras. El suelo, completamente levantado, nos hizo sentir como en Madrid durante un verano cualquiera; socavones y vallas, tablas a medio atravesar y accesos cortados. Nos decidimos por un encantador establecimiento de ventanas lacadas en color rojo que prometía viandas de la zona; yo escogí el único plato de todo el menú que incluía tripa sazonada y combinada con queso y manzana confitada sin saberlo, claro está, porque no soporto esa comida.
Puestos a explorar, me dije, juguemos a tope nuestras cartas y arriesguemos ¿qué puede tener de malo una tortita rellena de salchicha? Pues nada, en realidad, salvo que no era una salchicha sino una espiral infinita de tripa de cerdo deshecha con el calor, que se fundía con el queso en la combinación exacta de sabores dulce, salado y terrible.
Fran todavía se está riendo de mí y de lo mal que lo pasé mientras lo veía a él saboreando su deliciosa galette de jamón y queso coronada con un huevo a la plancha.
De lo sencillo, lo mejor.
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