Osos

En el mes de marzo de 2022, en España seguía sin estar permitido entrar en un local sin mascarilla. Daba lo mismo que fuese un restaurante, el supermercado o la biblioteca pública, no se podía; otra gaita era el hecho de entrar y luego «sentarse» porque entonces, al posar el culete (siempre y cuando se tratara de un restaurante/bar/café/sitio en donde comer y beber) sí que podía una retirarse el «tapabocas».

Pues bien, en París no.

Aferrados a nuestra mascarilla aterrizamos en el aeropuerto de Orly y con ella seguimos cubriéndonos nariz y boca cuando subimos al taxi con el cual tuvimos un molesto accidente que, aunque no nos provocó daños, sí que causó retrasos, errores de facturación para justificar el gasto, discusiones apoyadas por el traductor de Google y una amenaza por parte del conductor de dejarnos en mitad de la ciudad si no le pagábamos el trayecto en efectivo. Larga historia.

Pero llegamos sanos, salvos y con nuestra mascarilla puesta.

Unas horas después descubrimos que no era necesaria y que allí solo se consideraba obligatoria en el transporte público.

Por el mismo motivo, el aforo no se controlaba fuese cual fuese el recinto, el motivo y la hora del día, como antes de la pandemia, como cuando todo era «normal» pero de verdad.

Entonces ¿por qué los ositos? Los había en cafés, sentados en sillas, ocupando mesas en terrazas y también en interior. Osos de peluche enormes, gordos y sonrientes que en el fondo debían de estar más bien hastiados de seguir cumpliendo una función que ya no era útil para nadie. Habían perdido su cometido pero continuaban trabajando. Eran, tal vez, los grandes explotados de la ciudad.

Podrían serlo, sí, yo desde luego ya estaba dispuesta a solidarizarme con su colectivo pero entonces alguien me explicó que no estaban allí por eso, que no se utilizaban para que la clientela respetase la distancia social, ni siquiera había sido así en los momentos más difíciles de esta crisis derivada del covid. No. Los osos los había puesto de moda el dueño de un restaurante y, sin más, el resto se decidió a copiar.

La verdad es que eran simpáticos pero a veces ocupaban los mejores sitios, los espacios más visibles desde la calle y eso era un poco frustrante. Supongo que de alguna manera había que compensar su esfuerzo.

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