Daguerrotipos

Llevaba tres horas leyendo y traduciendo cartas, mensajes personales intercambiados entre dos personas que son personajes en la novela que estoy escribiendo, historias de su día a día real y confesiones de su imaginación y sus deseos más íntimos. Estudiar la correspondencia tiene ese punto de chismosa de patio de luces, de cotilla, de voyeur insaciable y me encanta. Siento que no tengo que pedir permiso para hacerlo y que no hay nada de malo en la tarea pero aun así, es extraño. Tomar las conversaciones reales de dos personas y traerlas a la ficción. «Disculpen, han pasado unos ciento sesenta años de este momento, de esta discusión ¿les importa que la incluya en mi libro? Es que los estaba escuchando y me parece interesante… al fin y al cabo hay trece tomos editados con el contenido ¿puedo?».

Y como nadie me contesta, naturalmente, pues hago lo que me parece.

Esa tarde, cuando regreso de la médiathèque nos vamos a dar una vuelta por un barrio del distrito XIII, al sur de Montparnasse. Escogemos la zona porque, a priori, no hay nada allí que nos interese y a veces está bien desplazarse hasta lugares en donde no existe una excusa real para que nos acerquemos pero lo cierto es que sí que la hay: allí vivió una de las directoras de cine más entrañables y geniales de todos los tiempos, la magnífica Agnès Varda.

Allí rodó su película documental Daguerréotypes.

Recorremos la calle buscando los comercios que aparecen en la película pero, claro está: ya no existen, han pasado cuarenta y seis años desde aquel rodaje, es un lugar diferente y sin embargo, lo ocupan tipos semejantes a aquellos.

La rue Daguerre no es muy larga; comienza y termina con bares, tiendas de comestibles como fruterías, pastelerías, carnicerías y pescaderías. Es una calle «viva» que Agnes escogió para retratar en una película sobre el paso del tiempo y las rutinas de sus habitantes, ella como una más, habitante del número 88, una puerta pintada con rayas de colores en un muro frambuesa, distinto, alegre, auténtico. Nos detenemos justo enfrente y nos hacemos fotos; un cosquilleo de emoción sorprende a mi cuero cabelludo: «aquí es», pienso, «aquí vivía» y aunque durante estos dos meses en París la búsqueda de portales y casas donde ha vivido gente que me interesa se convierte en una práctica habitual, aunque me pase las mañanas revisando cartas y revolviendo conversaciones antiguas, en esta ocasión es diferente. En esta ocasión estoy conmovida.

Tal vez porque ella hizo un documental al respecto y tomó a personas reales como personajes.

Tal vez.

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