Influencers

El primer fin de semana en París lo reservamos a Montmartre, una decisión abocada al fracaso desde su nacimiento puesto que se trata de un barrio impracticable de viernes a lunes. Aun así, pasamos el sábado entre mercadillos e imaginando la bohemia de finales del siglo XIX rodando por sus callejuelas.

La tarea se vuelve todavía más accidentada en cuanto bajamos del metro en Pigalle porque, además de mucha gente, como cualquier sábado, resulta que esa gente es casi toda gente que está allí porque se trata de la «semana de la moda» y es «ese tipo de gente»: gente junto a la cual es imposible hacerse una foto sin perder el protagonismo de la misma, gente que no se aparta, que invade la calle, la acera y la calzada juntas, que se desplaza a pasos gigantes con sus tacones o a carreritas para darle a otra gente sus abrigos y decirles en qué momento deben comenzar a grabarles los vídeos, para que parezca que salen de un sitio o que entran en otro.

Los influencers.

Sin que se sepa quiénes son exactamente, a qué se dedican y cómo organizan su tiempo libre lo cierto es que París está lleno de ellos todo el año; en estos días y en un barrio en donde se celebran algunos de los desfiles, hay más y parecen mucho más nerviosos.

Nos sentamos en una terraza, una de las que orientan sus sillas por parejas hacia la carretera y damos gracias de ser dos, que si fuéramos tres a la tercera persona le hubiera tocado el taburete y de espaldas al meollo, siempre la peor opción. Pedimos la bebida y nos recreamos en el espectáculo: hay muchas personas y hacen mucho ruido. Se agolpan a la salida de cierto local que no vemos desde la terraza; posan, pasean, se paran, miran, sonríen, chillan, dan órdenes, se disculpan por empujarse, se empujan para avanzar, toman fotos, piden permiso para hacer fotos, aceptan fotos y rechazan fotos.

La pinta de cerveza se termina y nos vamos de allí. Bajamos la calle Richelieu en dirección a la plaza de la Opéra. Por el camino nos detenemos en una tienda que ha llamado la atención de Fran «espera ¿te importa que entremos?» y como no me importa pues entramos.

Yo espero cerca de la puerta porque, además de ostentosamente cara, resulta que es una boutique de ropa de hombre, de dandy, de tio estiloso que se hace trajes a medida y sospecho que no hay nada allí que se ajuste a mis necesidades. Al fondo del establecimeinto hay un espejo y veo a Fran avanzar hacia él sin darse cuenta de que la tienda termina ahí; entonces choca con ella, se disculpa y sigue viendo americanas de tweed de más de 1.000 euros, lo veo apartar una percha tras otra sin inmutarse, sin reaccionar, como si no se hubiera tropezado con Alexa Chung mientras ella se probaba unos botines delante de la pared de espejo.

No se ha dado cuenta. No ha reconocido a la bellísima modelo, presentadora e it girl.

Le doy un codazo y se lo explico. Luego nos marchamos. Pienso en los influencers de antes, los que se peleaban unas calles más arriba y creo que me hubiera gustado decirles que ella no está allí y que mi novio le ha dado un empujón sin querer porque no la ha reconocido.

Luego entramos en la sede de la Biblioteca Nacional que se encuentra justo enfrente y tomamos fotos y hacemos videos porque es espectacular.

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