Érase una vez en Hollywood. Quentin Tarantino, 2019
Como desees
Cuentan que Quentin quiso declarar su amor al mundo del cine rodando una película inspirada en la leyenda, la magia y las fascinación que Hollywood alimentó en mentes como la suya (y la nuestra) con sus producciones durante las décadas de 1960 y 70. Algunos creen que lo consiguió y otros que se quedó a medias porque olvidó, con tanto bombo y tanto platillo, que debía introducir una historia en esa declaración apasionada a su adorado cine hollywoodiense retro.
Sea como fuere, no hay duda en que Quentin nos cuenta un cuento, uno de hadas pícaras y dragones que viven para hacer el mal a su alrededor, uno de caballeros guapos como retablos medievales y escuderos todavía más apuestos que se encargan de cuidar del castillo, dar de beber al corcel y proteger a su amo y señor de los monstruos malintencionados; un cuento de hermosas princesas imaginadas que se parecen a otras reales aunque no tanto como para hacerles sombra a éstas y confundirnos.
Con sus cosas buenas y sus cosas malas, Tarantino bebe de sí mismo una vez más: después de revolver la mezcla ─sin agitarla─ se traga sus ritmos musicales exóticos y pegadizos combinándolos con actores y actrices de los que no pueden trabajar mal ni aunque se lo propongan; toma la realidad, se limpia el culete con ella, lo pringa todo de sangre bien viscosa y tachán: sale una peli suya.
Una peli que a mí no me ha gustado, que he tardado seis meses en ver porque temía y sospechaba lo que finalmente me ha confirmado así que todo bien: el bofetón llega pero si una lo ve venir se hace más fácil esquivarlo y no duele.
Colorín colorado.
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