Dog Soldiers. Robert Stone (1973); trad. Mariano Antolín e Inga Pellisa; Madrid; Malas Tierras, 2019
The end
Creo que no me voy a cansar nunca de decir que Rodrigo Fresán escribe buenos prólogos. También escribe buenos libros, pero sus prólogos tienen algo de adictivo y revelador que pocas veces consigue uno con una novela.
Lo digo siempre que algún cliente despistado me pregunta por alguna edición «que esté bien» de Drácula. Es el momento que aprovecho para señalarles el ejemplar de Mondadori (2005) que reposa en la repisa de «clásicos en tapa dura» y lo hago, porque el prólogo que incluye es interesantísimo, está brillantemente escrito y también es de Rodrigo Fresán.
Dog Soldiers publicada inicialmente en España por Libros del Silencio y recuperada ahora por Malas Tierras va precedida de unas páginas del argentino que son claras, ilustrativas y sentidas, tal y como me las imaginaba. Fresán puro que habla de los personajes y de sus creadores como si los hubiera conocido a todos y se hubiera tomado más de un café en casa de alguno, da igual si es Bram Stoker, Robert Stone o James M. Barrie; él sabe de ellos lo que hay que contar, justo lo que es interesante de leer.
Con Rodrigo Fresán se aprende y se disfruta. Te pone en antecedentes sobre el autor y su mundo para que una vez estés ubicado, te sientas preparado para leer sus ficciones.
Y yo me he leído Dog Soldiers después de haberme enterado (gracias al prólogo) de que Robert Stone había sido periodista para una publicación independiente en plena guerra de Vietnam, mientras estuvo alistado en la Marina. He imaginado los helicópteros de Apocalypse Now zumbando más allá de las ventanas de un hotelucho de Saigón y a Converse, el eje desviado en torno al cual gira esta historia, describiendo sus experiencias como reportero allí sentado, sufriendo por ese «the End, Beautiful Friend» que persigue a los protagonistas con la voz de Jim Morrison como banda sonora.
Una historia que sabemos que no es dulce ni color de rosa y que tal vez por eso nos cale con la fuerza que lo hace siempre: El mal, la caída, la huída y la búsqueda, la desintegración de la mente y la desfragmentación del disco duro de nuestros sentimientos. El comercio y el crimen de la droga, el consumo ciego, desesperado y agónico de heroína por una panda de chavales que son encarnación misma del concepto de delusion (inglés del que no se traduce, lo siento).
Porque es una guerra sin mucho sentido (perogrullada, lo sé) la que transcurre en esos días y los personajes que recorren los Estados Unidos cargados de droga y despistando al cabrón de turno que trata de dar con ellos no dejan de ser víctimas de esas circunstancias, pero también de sí mismos.
La maternidad, la fidelidad, la fraternidad y la profesionalidad pierden su significado en esta historia de corrupción, sexo y violencia, tejida con millones de diálogos dispuestos «a la brava», como si quien los hubiera escrito los hubiera pronunciado realmente o al menos, estuviera muy drogado en el momento en que los redactó.
Una buena novela, que es sin duda el mejor final para el prólogo que la antecede.
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