El reino

El reino. Rodrigo Sorogoyen, 2018

Dame Scorsese (y llámame tonto)

No vean esta película si han tenido un día malo, uno de esos días en los cuales uno ha trabajado por encima de lo que el buen curso de su salud le dicta y toma especial conciencia de que le pagan menos de lo que sería justo a sus esfuerzos. No la vean si están cansados, si han dormido mal porque tienen preocupaciones y remordimientos tras haber hecho algo desleal, deshonesto, desconsiderado con un colega (o con varios). No. El reino es una película para ver descansado y con la mente despejada; se lo digo porque dura dos horas y en esas dos horas una no para.

A estas alturas saben de sobra que El reino, la última película de Rodrigo Sorogoyen, realizador cuyo trabajo ya ha sido comentado por aquí y también por aquí trata de la corrupción en la política española, de la más fresca y reciente que a todos nos tiene contentos y orgullosos, de esa que hace que se nos señale con el dedo cuando nos vamos a vivir al extranjero y ante la que nos cubrimos la cara de vergüenza viviendo en nuestro propio país. Ésa. Así que añado: además es una película que va de cómo contar una trama con el ritmo a tope. El reino es un pepino frenético y desesperado al cual el espectador se sube tan pancho cuando comienza y del cual se baja con las pupilas dilatadas y vomitando adrenalina purpurina cuando termina.

Así que vean El reino si han dormido un mínimo de ocho horas y están en paz con sus compañeros de trabajo y allegados más directos, si en algún momento del pasado vieron Uno de los nuestros o Casino y pensaron que ese tal Martin Scorsese era un maldito genio por enseñarnos a todos cómo se podían hacer las películas y tener la sensación de que «nos subimos» a ellas cuando éstas acaban de ponerse en marcha (sí: a veces entrando por la puerta de atrás de un restaurante) y no nos bajamos hasta que nos lanzan por la ventanilla al llegar al final.

Si quieren, la ven también para arrodillarse de admiración ante actores que son muy buenos o si les apetece que les confirmen que la mierda, cuando llega al cuello, aprieta pero no ahoga y que hay mucha gente que se apoya en ella para salir a flote, sucio, pero con vida.

O no la vean.

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