Saber perder David Trueba; Barcelona; Anagrama; 2008
Salvados por la campana
A los estudiantes que van a clase, se les suele explicar en algún momento de esa etapa que viven como alumnos aburridos, que es normal que pierdan el interés de lo que dicen los profesores a medida que avanza cada charla desde el pupitre y frente a la pizarra. La “campana de Gauss” es una teoría que lo justifica: después de la curva en donde la atención es máxima, ya nada vuelve a ser tan interesante.
La más reciente novela de David Trueba se maneja por el subconsciente del lector, de un modo muy parecido a cómo se comporta una lección impartida por un maestro en clase. En contraste grave con su obra precedente (Cuatro amigos; Barcelona; Anagrama; 1999) esta historia a penas es graciosa aunque se pretenda positiva y esperanzada en su desenlace. Los protagonistas son abofeteados por sus propios errores o por la crueldad de la época que ha tocado tenerlos como contemporáneos. Parece que las dudas sentimentales de un fichaje millonario del equipo de fútbol que lidera la liga nacional, las inseguridades de una adolescente atípicamente inteligente, las de su padre divorciado y asesino circunstancial, y las de su abuelo, que decide exprimir la vida en la oportunidad que le brinda su último episodio, para vivirla equivocadamente… no conectan del todo con un lector que, en caso de conocer la novela anterior, esperará en vano a que arranque de sus páginas una frescura y agudeza semejantes a las de aquélla y pronto perderá el interés, desplazará su atención a otro lugar y se acogerá a las teorías del amigo Gauss.
Saber perder lo intenta, pero no logra alcanzarnos; la historia pierde fuelle progresivamente e imparable hasta el final. Demasiadas desgracias que no llegan a ser trágicas (ni salud, ni dinero ni amor, el día a día que nos acompaña, lamentablemente) y poca simpatía hacia los personajes que se ofertan. Supondremos que es normal y que, en todo caso, dicha ausencia de interés en la narración queda justificada en forma de campana.
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