La espuma de los días. Boris Vian, trad. Luis Sastre Cid. Madrid: Alianza, 2015
Los días absurdos
Le dije que no iba a ser capaz de terminarla, que me plantaba y que no leía más. Le aseguré que estaba agradecida por la recomendación, pero que a mí eso de que los ratones hablasen y los espacios encogieran me parecía una incomprensión muy grande. No tenía pensado acabar La espuma de los días pero lo hice.
No me ha gustado.
Tal vez la tristeza de una historia que se entiende si se imagina como una pieza de jazz leída, sea algo demasiado alejado de mis preferencias. A mí el jazz me sirve como acompañante de otra cosa que me es explicada con claridad, no como cimiento sobre el que se levanta una novela de amor, de vida y de muerte.
No la he entendido.
Habla La espuma de los días de una relación condenada, del dolor y el sufrimiento de unos personajes que no merecen que les pasen esas cosas tan terribles, pero que pasan por ellas como quien deja que una sesión de jazz improvisado se escuche a lo lejos. Nada responde a una intención concreta, todo brota como la espuma, un día tras otro.
Estando yo informada del próximo estreno de la adaptación que Michel Gondry se tiene entre manos, reconozco que saco fuerzas y me leo todos los capítulos. La curiosidad llama a mi puerta, veo el trailer y aguardo la llegada de la peli a algún cine que tenga cerca. Tal vez el responsable de la más hermosa y certera historia sobre las relaciones de pareja que se ha visto en pantalla últimamente (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004) me saque de mi error y haga que La espuma de los días me llegue hasta donde se supone que debe hacerlo: decenas de generaciones de lectores satisfechos me preceden.
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