La ceremonia del porno. Andrés Barba, Javier Montes; Barcelona; Anagrama; 2007.
Para todos los gustos
Opciones, son las posibles ocasiones de elección que se le ofrecen a uno en un momento determinado. De acuerdo con lo expuesto en el ensayo ganador de la XXXV edición del correspondiente Premio Anagrama en 2007, parece ser que todo consumidor de lo audiovisual en la más amplia de sus acepciones, es susceptible de encontrar una opción pornográfica que mejor se ajuste a sus gustos, sus pretensiones, su personalidad o su estado de ánimo. Hay de todo y para todos. El caso es buscar, comparar y reconocer que dicha opción existe, que está esperándonos.
Sorprende el carisma narrativo que La ceremonia del porno despierta en el lector, casi desde el primer capítulo. Puede que sin embargo en el primero, concretamente, el buen rollo se le vaya un pelín de las manos al que enuncia con orgullo su teoría del complejo del pornófobo, una voz narrativa que por todo lo demás y en todo lo que puede leerse a continuación, merece sin duda un sincero reconocimento.
Andrés Barba y Javier Montes se van pasando el testigo de la narración y lanzan curiosidades sobre el universo del porno, en un lenguaje claro y con una capacidad de convicción inesperada. Sencillo sería decir simplemente que la pornografía es una esfera que se desconoce, se prejuzga y malinterpreta y que además es víctima de constantes maltratos a cargo de confusos y confusas miembros y miembras de conocidos colectivos. A estos dos no les interesa lo sencillo, por eso se saltan directamente el paso y avanzan hacia un ensayo profundo, que no deja de ser cordial en sus planteamientos ni comprensible en sus manifestaciones.
La ceremonia del porno engancha y uno descubre que quiere saber más, sigue leyendo y se topa de morros con una especie de puñalada cultural allá por el capítulo quinto («Pornografía y narración») a partir de entonces comienza el baile de citas, referencias y comentarios que ¡oh sorpresa! resulta que también nos interesan: motivos por los que el relato pornográfico carece de sentido y es grotesco. Motivos por los que el producto pornográfico no puede ser medido con el mismo baremo que una pieza literaria. Vaya.
Se disponen sobre la mesa las relaciones y fronteras posibles entre el arte y el porno, se tocan sutil pero claramente los argumentos de base a las propuestas de John Berger (Modos de ver; Barcelona; Gustavo Gili; 2004) y Roman Gubern (La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas; Madrid, Akal; 1989) y se entrelazan opiniones, obviedades y auténticas revelaciones:
«También Freud habló en Lo siniestro de títeres, autómatas y muñecos de cera. Opinaba que la impresión que nos producen puede ser tan siniestra como la que causa la contemplación de una crisis epiléptica o de locura, y encontraba en la raiz de todo ello la impresión de que el objeto observado había sido «ocupado» por una fuerza a la que no había podido resistirse (…) existe una especie de intimidad temible entre el ser ocupado y la fuerza que lo ocupa, una indisolubilidad cuyo espectáculo fascina y repela al mismo tiempo. Inmerso en el porno, el actor ve modificada la naturaleza de su cuerpo…»
[pp. 125]
Un ensayo interesante, que invita a un auténtico acto de contrición del lector consigo mismo y con sus propias ideas (pre)concebidas sobre el asunto.
Una opción más.
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