Fin; David Monteagudo; Barcelona; Acantilado; 2009
Cambio de rasante
Viajando con un GPS susurrante acodado en la guantera de un automóvil, cualquiera se siente seguro y orientado en la vida. No importa el destino, ni la complicación que el camino hacia el mismo pueda suponer para el intrépido conductor: uno se limita a escuchar lo que la voz más o menos melosa de su navegador tenga a bien comentarle al respecto y se olvida. Uno confía en estos aparatos, testarudos e impertinentes a veces que sin embargo, son de gran utilidad a la hora de evitar la pérdida (la de uno mismo).
Considerando la ausencia total de vida humana sobre la tierra como la consecuencia inevitable de todo desastre natural y de índole apocalíptica, los tomtones nos importarían un bledo ¿para qué quiere uno dejarse asesorar por un dispositivo electrónico parlanchín cuando no puede asegurar su propia supervivencia al amanecer del día siguiente? Sería absurdo.
Por eso mismo el argumento de esta novela tan incierta y profética, tan de nuestro siglo y de nuestro año 2012, es como un viaje sin GPS. El lector quiere llegar al desenlace de ese tinglado de morriñas generacionales que es Fin para poder quedarse satisfecho y saber que ha alcanzado un destino, cualquiera que sea éste -hacia la mitad de la historia podemos darnos por vencidos y aceptar lo más improbable y menos verosímil-. Cualquier cosa nos vale, pero necesitamos alcanzarla.
Veinticinco años después de una broma pesada, un grupo de amigos decide reunirse en una casa en medio de la montaña para revivir los viejos tiempos. Habrá chistes y borrachera, rencores, venganzas, secretos y alguna sorpresa, lo típico en estos casos, cuando veinte años no es nada y tal. Hasta que se estropea el Tom Tom.
La narración de Monteagudo combina extrañamente lo sugerente de las descripciones pintorescas y recargadas de paisajes y montañas, con una afluencia de diálogo que se despeña página tras página como una manada de ñus (o un rebaño de cabras) que huyan hacia algún río de aguas menos espesas. Son hombres y mujeres que ocultan y que muestran con falsedad, personajes que simulan confiar unos en otros para dejarse derrotar en la más completa soledad.
Fin es -cómo no- la irrupción de los sobrenatural en el espacio de lo cotidiano; la llegada de algo incomprensible a la vida de gente común, el viaje por una carretera irregular en la que todo puede suceder en el momento menos esperado, sin que haya una maquinita para advertirnos del próximo radar.
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