En los zapatos de Valeria

En los zapatos de Valeria. Elísabet Benavent; Suma de Letras; Madrid; 2013

Portarse bien

Leer, qué bonito y qué sencillo. Una tarea agradecida y relajante, de las que le dejan a una con sensación de plenitud, como saciada y satisfecha intelectualmente. Se lee y se sabe más, se conoce mejor al prójimo y se aprende una mejor a sí misma. Leamos todos porque leyendo olvidaremos que también podemos pasarlo mal, tener problemas que ocupen nuestra mente y sufrir con agobios propios de la vida real. Ahoguemos nuestras penas entre páginas y frases, asaltemos librerías y bibliotecas, compremos reproductores de libro electrónico y ¿por qué no? reventamos los servidores con descargas gratuitas e indiscriminadas. leamos todo. Devoremos textos como quien se traga un paquete de pipas de los de 300 gramos de una sentada. Que nada ni nadie se atreva a poner freno a nuestra sed de conocimiento: bebamos literatura para olvidar que hubo un día en que nos alimentábamos con criterio.

Tiempo atrás se hacían dietas, se seleccionaban los textos con ojo de nutricionista cultural: «éste es bueno para recordar la Historia que la tengo olvidada», «con este otro me entero de lo que escribe ese autor del que todo el mundo habla y que a mí no me suena de nada»; «éste me lo leo y luego se lo paso a otro y lo recomiendo»… y así con cada título mientras deambulaba una por los pasillos del local de venta o la sala de préstamo de la biblioteca más cercana a su domicilio.

Será que antes se pensaba y ahora en cambio se consume compulsivamente.

¿Que a usted le entran ganas de leer algo y no sabe qué? pues se pasa por la librería y ahí los encuentra: volúmenes por docenas, colocados en su expositor de cartón plastificado, con adornos de citas entrecomilladas que alguien de algún medio de comunicación, en algún momento tuvo a bien opinar acerca de la obra en cuestión y entonces, igual que hacemos con el atún que si nos lo plantan en primera línea de cajas cuando arrancamos el circuito del supermercado, bien envuelto en tonos fosforescentes y bajo el lema de «OFERTA», lo echamos al carro casi sin pensar, sin que nos importe que sean treinta latas por pack y nosotros vivamos solos en casa con el gato (hay gatos con mucho apetito, también es cierto). Así funcionamos, últimamente.

También puede pasar que una persona a la que respetas te regale un libro y que tú, por no mostrarte desagradecida, tengas el detalle de leértelo en vez de tirárselo a la cara. Que siguiendo esta misma línea de consideración ventiles la historia en un par de días con sus tardes y sus noches, te rías con las barbaridades de tipo machista reciclado que va desgranando el relato y lo acabes con una idea fija e inamovible en la cabeza: esta vez me he portado bien pero la próxima, escojo yo.

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