El gran retorno

El gran retorno; Daniel Sánchez Pardos; Planeta; Barcelona; 2013.

Una muesca en el tornillo

Se dan manías por considerar cualquier asunto que tenga algo que ver con otro más conocido y que lo precede en el tiempo como una «vuelta de tuerca» de éste, manías que habitualmente no son acertadas. Desde la aparición de esta nueva novela del señor Sánchez Pardos, se leen y se comentan opiniones acerca de ella y coinciden todas en que se trate de una «vuelta de tuerca» al personaje de Sherlock Holmes.

A mí no me lo parece.

Al igual que sucedía con la anterior historia que leí del autor, la novela titulada El cuarteto de Whitechapel (aquí mis opiniones) resulta que este texto va de refrescar la memoria sobre personajes en modo metaliterario: si con aquella se citaba a la época oscura de Jack el Destripador y la sombra fantasmal de Borges, en esta se habla de Arthur Conan Doyle (el oftalmólogo «innombrable») como quien se refiere a un personaje más que haya coexistido realmente con las figuras que pueblan el argumento. Nada más. Ni tuercas ni vueltas, sólo citas meta/intra textuales.

El gran retorno recupera esa mágica ciudad que debe de ser Londres y planta en ella a cuatro personajes a la búsqueda de una solución lógica al problema fantástico que les asedia, el de la resurreción de ciertos muertos.

Eddie Knox que retorna de un exilio forzado en Ceilán, acompañado de un muchacho que sólo sabe decir «lin»; una hermana llamada Violet que a lo David Copperfield fin de siècle, se de dedica a seducir a espectadores con un truco de magia en el que muere y resucita todas las noches subida a un escenario y Osmond Starrett, la gran creación de toda esta historia: un fracasado detective de ácidas observaciones, son el cuarteto ocasional de este argumento ambientado en 1894 y narrado, con el cariño de quien ha leído mucho Sherlock Holmes en su infancia. Nada más.

O bueno, algo más sí que hay por sus páginas: la fascinación por un período histórico excepcional, en el que la prostitución colmaba esquinas en calles y los artistas como Oscar Wilde eran centro de atención en bares y cafés de moda; la ironía al describir algunos de los lugares comunes de las historias del famoso Holmes, como si de otra realidad ficticia hubieran venido a brotar al mundo y el diálogo de sopetón tan redundante en los argumentos de detectives y que aquí, sin embargo, lejos de cargar al lector no hace otra cosa que alimentar su curiosidad por avanzar en la trama. Conversaciones entre seres humanos con envidias, rencores, secretos, imaginación y un lúcido discurso acerca de los peligros de registrar nuestras vidas para la posteridad, usando cualquier tipo de soporte (y que viva muchos años el «steampunk», con su visión retrofuturista de lo contemporáneo).

Vayan juntando herramientas.

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