Adiós a los hombres. Antonio Gómez Rufo, Barcelona; Planeta; 2004
Contando cuentos y mentiras
Es halagador que te cuenten que el cerebro femenino puede alcanzar, en ocasiones, cotas de inteligencia superiores (y mucho) a las de los hombres, sobre todo si eres mujer y si lo estás leyendo en una novela muy bien contada. Es bonito pero yo no me lo creo: en mi mundo las cosas no funcionan como en ese presumiblemente real mundo en el que se mueven los protagonistas de Adiós a los hombres y, por lo tanto, porque no me lo creo aunque me lo quieran contar muy bien, no puedo decir que me guste: lo siento.
El señor Gómez Rufo ha intentado conquistar a las lectoras con la táctica de la buena narración y la estrategia de una temática complaciente, no dudo que en la mayor parte de los casos lo haya conseguido y me alegraría si así fuera: todo escritor se merece un público que le aplauda, porque de aplausos viven los egos y de egos sobreviven los escritores, pero yo no entro en el juego. No es mi estilo alabar algo que no me agrada y, puesto que se me brinda la oportunidad de expresarme en este espacio, procederé a opinar sobre lo que he leído.
¿El hombre es una criatura con problemas para comunicar sus sentimientos? Puede, en el caso del personaje de Juan, es evidente. Juan convive con Claudia, lucha con desgana por sostener los pilares de una relación que ya casi es artificial y que ya casi no es ni lucha. Juan vive con Claudia pero se acuesta con Laura. A Juan le cuesta hablar de lo que siente con la persona por la que siente y claro: Juan sufre por ello, es muy desgraciado. Pero el hombre, simbolizado por Juan, siente además admiración por la mujer simbolizada en el personaje de Laura, la eterna criatura etérea y deseable, alternativa a la rutina de monotonía matrimonial y liberación circunstancial de sus tensiones. El hombre simbolizado en el personaje de Juan, se siente intimidado por la mujer, simbolizada por Claudia, tan inteligente, tan calculadora, tan malvada…
No Don Antonio, no: quizás suene bien y quizás le proporcione a usted gloriosos momentos de autocomplacencia: la posibilidad de haber conseguido plasmar con fidelidad el mundo interior de esta existencia nuestra dividida entre lo masculino y lo femenino. A mi juicio no hay motivo, creo que no lo ha conseguido. Usted hilvana tópicos en una trama increíble, que engancha, que es admirable y probablemente impecable por lo bien escrita, pero que es increíble al fin y al cabo. Yo al menos no me la creo.
La mujer es compleja. Las relaciones son complejas. A usted parece que se le escapa el hecho de que todos nacemos dotados de una personalidad diferente (¡por fortuna!) que puede facilitar o complicar, según se tercie, el viaje que supone existir y, ocasionalmente (es una opción) existir junto a otro. He comenzado este texto reconociendo lo halagador de su novela, porque soy mujer y me gusta que de vez en cuando alguien me diga que, al contrario que el hombre, yo me expreso y hablo de lo que necesito cuando es preciso que lo haga: me gusta que me digan cosas buenas, aunque sean mentira o aunque no sean más que una táctica o una estrategia para conquistarme como lectora, al más puro estilo Benedettti… le doy las gracias por haberlo intentado, pero es que resulta que yo no sé expresar lo que siento, ni en el momento en que lo siento ni ante quien debo expresarlo.
Yo tengo más de Juan que de todas las Lauras y las Claudias juntas. Y no soy etérea ni más inteligente que la media masculina que me rodea (de todo hay en esta viña de algún señor).
Lo he pasado muy bien leyendo su novela, pero no me cuente cuentos.
Gracias.
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