El cuerpo

El cuerpo. Oriol Paulo. 2012

Complejos invencibles

Eso de que cuando se está llegando al último tramo de una película empiece otra, es algo que no soporto. No tengo problema en acabar una y engancharme rápidamente con otra distinta y de hecho, creo que podría pasarme un día entero sin hacer otra cosa que encadenar historias en mi pantalla, pero es que cuando hacia el desenlace de una película, el argumento da un giro de 180º y vuelve a empezar con otro asunto que lo explica todo, me siento agotada y algo estafada, la verdad.

Los finales de las novelas y de las películas de intriga interesantes, pienso que son aquellos en los cuales con una pieza pequeña, una clave tan sutil que uno no se la veía venir, la trama en su conjunto adquiere una nueva ubicación en nuestro esquema mental. Algo pequeño, algo elegante, no que cuenten otra película casi desde el principio.

Es por esto que Christopher Nolan me da cada vez más pereza en sus ansias de clonar los finales, dentro de la propia acción de cada una de sus grandilocuentes historias. Lo sufrí en El caballero oscuro (2008) y repetí experiencia con Origen (2010). Miedo me da la última de Superman en la que parece que ha metido baza con el guión (El hombre de acero, Zack Snyder 2012).

Lo mismo me pasó con el tramo final interminable de A.I.Inteligencia Artificial (Steven Spielberg, 2001) que tardé semanas en frenar su repetición en bucle en mi cabeza y que, cuando alguien me preguntaba sobre él, no atinaba a distinguir cual de ellos había sido el definitivo. A día de hoy pienso que sigo confusa al respecto, pero no volveré a verla para comprobarlo. «La primera vez te engañan, la segunda es que eres tonta» que decía alguien que una vez conocí.

Pues eso.

Viendo El cuerpo, una película dedicada al mundo de las investigaciones policiales, las mentiras, las venganzas y el cine de Hollywood he sentido algo semejante.

Puntualizo lo de «dedicada al cine de Hollywood» porque no es que en el argumento se hable de actores, directores y taquillas, sino que toda la cinta parece que haya querido disfrazarse de película no española. Una lástima: quitándole ese desenlace indigesto y repetitivo al que me refería antes, todo lo demás en ella está bastante bien.

No volveré a evocar las lúcidas conclusiones de Ray Carney (no obstante aquí las puede recuperar quien quiera, por si acaso) pero diré que esta cinta me ha dolido un poco en las entrañas ¿Qué necesidad hay de buscar en otros estilos lo que aquí podríamos desarrollar sobradamente a nuestra manera?.

Verán, hay un plano en la cinta que es copia calcada de la famosa secuencia de Sospecha (Suspicion, Hitchcock 1941) con el vasito de leche y la escalera.

Pues muy bien me parece. Se nota a las leguas de donde viene la idea y todos nos damos cuenta. Eso es justo, tiene sentido y queda estupendo.

Pero yo me pregunto por qué narices, pudiendo hacer algo así de respetable y hasta bonito, nos empeñamos en envolver el resto de la cinta en un halo de investigación criminal de palo que rezuma a borbotones, un complejo de inferioridad injusto.

Si el cine español fuera yo, me resistiría con uñas y dientes a sentirme inferior. No hace falta. Somos otra cosa.

Así que si ven esta película, traten de imaginarla sin lluvias torrenciales propias de Seattle, sin semáforos colgantes al estilo de Nueva York o sin viviendas enormes tipo loft habitadas por estudiantes de Medicina en primer año de carrera porque resultan falsas. Hagan el esfuerzo y fantaseen con esa misma historia, como si tuviera lugar aquí en España.

Yo creo que daría el pego.

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