Le prénom (El nombre)

Le prénom (El nombre) Alexandre de la Patellière 2012.

Caldos poéticos y films aguados

No sé qué les parecerá a ustedes: a mí que el pollo se abrace con las verduras me daba bastante igual, pero he llegado a odiarlo a fuerza de oírlo una y otra vez aun sin verlo (es lo que pasa con la televisión, que se disfraza de radio las más de las veces). Tanta cazuela lírica a todas horas, me harta.

Y resulta que me he acordado de ese anuncio viendo la película El nombre, y con él, también han venido a danzar poéticamente en mi cabecita algunos de los mejores momentos de aquél que un día pretérito fue original largometraje, Amélie.

Reunidos con la excusa de una cena en un encantador apartamento de París, cinco personajes se dedican a destripar los éxitos y desgracias de sus vidas, a raíz de un tema tan simple como puede ser la pregunta «¿ya sabéis cómo vais a llamarlo?» que uno de ellos le formula al futuro padre en cuestión.

Me hubiera gustado más, si antes no hubiese leído por ahí que la historia era parecida a la de Un dios salvaje de Yasmina Reza. Cierto que cada uno encuentra semejanzas donde le cuadra el pensamiento (y lo digo yo, que me acuerdo de sopas de brick mientras veo una película francesa) pero en este caso diré que no he disfrutado nada un argumento superfluo, por tratar de relacionarlo desde el comienzo con otro mucho más profundo, como era el que adaptó Polanski.

Dirán que no soy objetiva y no andarán equivocados.

Las voces en off extradiegéticas deberían comenzar a extinguirse del país de las películas, es un consejo. Cuando Amélie Poulain caminaba dando saltitos por el suelo adoquinado de París, era bien simpático escuchar los comentarios de sus situaciones pasadas, presentes y futuras, tenía gracia ese tono campechano con que se dirigían a nosotros los espectadores, un señor que no aparecía en ningún momento de la cinta, que era sólo su narrador. Punto y final, estamos en el año 2013 y habría que pasar página. Propongo.

El nombre recoge el testigo de la película de Jeunet y nos taladra de nuevo con un prólogo y un epílogo igual de machacones: que si un repartidor de pizzas, que si los nombres de las calles, que si érase una vez… total, para pasarse noventa minutos dejando que un grupo de amigos hablen, de cosas que tampoco tienen tanta importancia.

Por mí que se hubieran cocinado a toda prisa, que me daba lo mismo.

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