Mrs. Dalloway. Marleen Gorris; 1997
Top tip
Fue un “notable” y de eso me acuerdo como si hubiera sido ayer, aunque hayan pasado ya diez años. Aprobé el examen de literatura con un “notable”, gracias a un comentario de texto sobre un capítulo de Mrs. Dalloway que accidentalmente (o no, nunca lo sabré) nos fue entregado al revés y quiero que se me entienda bien: las hojas estaban fotocopiadas al revés, primero y a la izquierda la 143 y luego y a la derecha, la 142.
Yo no me di cuenta. Habían transcurrido sus buenos veinte minutos y entonces el profesor avisó, muy considerado él, de que había un error de impresión, que los párrafos estaban invertidos y que confiaba en que todos nos hubiésemos percatado a tiempo.
Borrón y vuelta a empezar.
Como ya digo, llegué al final del comentario con orgullo y satisfacción pero con serias preocupaciones acerca de mi capacidad de empatía con el stream of consciousness de doña Virginia Woolf. Había dos opciones: o yo no me enteraba de nada y me daba igual leerlo del derecho que del revés, en plan palimpsesto o el texto era semejante pestiño, que nadie en aquella clase hubiera sido capaz de interpretarlo correctamente, ni siquiera en su orden lógico.
Y el cine llegó para sacarme de dudas, nuevamente.
Escojo Mrs. Dalloway del estante de la stadtbibliothek reservado a las adaptaciones al cine de clásicos de la literatura (increíble: los suizos consideran esa característica un rasgo de clasificación, a la altura de la comedia romántica o el thriller…) y me digo “tip-top, hay que verla”.
Me la llevo a casa y pienso en Stephen Daldry: su versión de la novela de Michael Cunningham consigue emocionarme siempre y no por Nicole Kidman, ni siquiera por Julianne Moore. Obviando que Meryl Streep es siempre la estrella de toda constelación en que se coloque, tampoco ella en esta película es la que me arrastra y me emociona, pienso que es el ambiente, el ritmo de lo que se cuenta, la intensidad de los saltos temporales que enlazan y a la vez, separan cada camino de lo narrado.
Pienso en The Hours, cuando me siento a ver Mrs. Dalloway y al momento, mi cabeza está desechando las imágenes de aquella “versión de versiones” y recupera el día de mi examen en la facultad de Filología Inglesa, conmigo jugando a los puzzles literarios en medio de un comentario de texto.
La película de Marleen Gorris es lo más sensato e intuyo que riguroso que esta humilde comentarista haya podido ver en algún tiempo. Es Vanessa Redgrave proponiendo a Eileen Atkins el guión adaptado del texto de Virginia Woolf y con ello debería bastarnos para reconocer su valía. Sin embargo hay más: es la historia de Mrs. Dalloway tal y como la debería haber aprehendido esta servidora en su momento, diez años atrás, como el relato de una mujer que viaja mentalmente durante un día, que evoca su juventud y sus ilusiones pasadas mientras se prepara para dar una fiesta en su casa, sin otra preocupación que la de proporcionar y preservar felicidad a sus invitados.
Tal vez el error fue escoger para el análisis de texto, el capítulo en el que el joven excombatiente de la guerra pierde el sentido en medio del parque, junto a su esposa. Es un momento extraño en el conjunto de la novela y aporta un dolor casi ajeno al devenir mental de la protagonista. De no ser por su desenlace, por el momento en que Clarissa Dalloway se asoma al balcón y piensa en la desgracia de la muerte, sólo porque alguien ha mencionado a este pobre suicida en su fiesta, nada nos haría sospechar que los dos argumentos irían a juntarse, pero lo hacen, como en un puzzle.
No sólo me dan ganas de probarme todos los vestidos y los zapatos que desfilan en esta película, es que después de haberla visto, también me siento en deuda con Virginia y creo que debería releer su obra maestra.
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