Chinatown

Chinatown; Roman Polanski; 1974

Monstruosidad real

“After playing Chopin, I feel as if I have been weeping over sins that I had never commited, and mourning over tragedies that were not my own”.

[Oscar Wilde, The Critic as Artist; 1891]

“Whenever I get happy, I always have a terrible feeling”.

[Roman Polanski]

En el cap. 8 del ya mencionado ensayo The Cinema of Roman Polanski: Dark Spaces of the World (Londres; Wallflower Press; 2006) Dana Polan nos obsequia con una profunda y acertadísima lectura de la película más noir de todas las que lleva rodadas el amigo Roman: Chinatown o el agorero retrato de un sistema económico con fecha de caducidad.

Si le preguntan a uno sobre la trama de esta película, podría contestar diciendo que se centra en el conjunto de investigaciones que el detective privado Jake Gittes (Jack Nicholson) lleva a cabo para desenmascarar la red de corrupción política que conspira en la sombra de la ciudad de Los Ángeles durante la década de los 30. Pero por el camino se levantan alcantarillas y se deja al descubierto otro tipo de corrupción menos material y más física, consanguínea y tóxica.

Por todo ello es difícil simplificar el argumento: un único visionado no es suficiente para llegar a todos los recovecos de esta historia. Hay que ver esta película dos (o cuatro) veces para comprender realmente lo que nos cuenta. Con el cine de Polanski siempre es así, por eso nos gusta tanto a los que nos gusta tanto.

Volviendo al ensayo y a las conclusiones de Polan, se comenta que esta historia, tan bien escrita que duele de lo perfectamente encajadas que están sus situaciones, atadas una a una de principio a fín en un tejido cinematográfico pensado para pasar sobre él varias veces y confirmar lo que parecían sospechas en el primer vistazo, es además símbolo y alegoría del mundo capitalista. Efectivamente: el mismo que vemos desplomarse a día de hoy con dolor y terror. Cito de la traducción:

«La historia de detectives es en sí misma una investigación sobre “lo que ocurrió una vez” (incluso si, como sugiere Chinatown, es algo que ocurrió, sigue ocurriendo y puede empeorar, como cuando Noah Cross (John Huston) indica que su meta es comprar el futuro: la voracidad del capitalismo no conoce límites). Pero en muchos de los films de conspiraciones paranoicas, el énfasis se sitúa en aquello que “está sucediendo ahora” sin ánimo de perseguir las raíces de esa amenaza, en cualquier asunto previo. Lo que es, no puede ser explicado por lo que alguna vez ha sido (…) El paso de una ciudad de Los Ángeles sociológicamente concreta y con raíces históricas a Chinatown, imaginada como el espacio más allá de la razón, camina a la par con otra ubicación del proyecto político de Chinatown como el territorio del misterio de lo inefable. Esto tiene que ver con la imagen del capitalismo, Noah Cross. La mismísima encarnación de la conspiración política dentro de una sola figura de voluntad voraz, que sugiere un movimiento en dirección a la interpretación patológica del capitalismo como depravación. Puesto que imagina al capitalista como una fuerza excesiva que no atiende a más razones para sus ansias de poder que la mera voluntad de dominar, la película considera el poder en cuanto tal como más allá de toda comprensión. Ello se debe a la extravagante interpretación que desarrolla John Huston en el film; no es casual que Huston interpretara también al personaje central de una conspiración en otra película de paranoia crucial en la década de los 70, Winter Kills (William Richert, 1979). Las energías de Huston en su mayor apogeo, proporcionan a la empresa capitalista el carácter de aventura enajenada –una fuerza de la naturaleza que tan sólo se debe a su necesidad de expansión, algo que está por encima de leyes humanas, incluyendo aquellas de justificación racional. El capitalismo pasa de ser un escenario para procesos históricos subjetivos, a ser la monstruosidad misma y el horror bestial».

[Dana Polan; Op. Cit. pp. 147-148]

Cabría preguntarse hasta qué punto Dana Polan* era consciente al escribir estas líneas de lo bien que anticipaba las circunstancias reales que cinco años más tarde tendrían lugar en el mundo. Que el monstruo devorador sin lógica que es Noah Cross represente la sociedad capitalista es una observación fantástica, pero ver una película de 1974 y asistir al desmoronamiento de esa misma sociedad hoy día raya en lo siniestro.

Imagino que todo esto tendrá que ver con el arte, o con la capacidad artística del buen crítico cuya sensibilidad es capaz de percibir más allá del circunstancias reales y presentes. Los buenos críticos son pocos, pero haberlos haylos.

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*Dana Polan es profesor dentro del Programa de Estudios de Cine en la «Tisch School of the Arts» de la Universidad de Nueva York. Es autor de numerosas obras sobre cine y comunicación entre los que se incluyen Pulp Fiction (British Film Institute, 2000) y Jane Campion (British Film Institute, 2001).

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