The Children’s Hour

The Children’s Hour. Lillian Hellman, 1934. The Children’s Hour /La Calumnia. William Wyler, 1961

La hora de la verdad

Cuando en 1952 Lillian Hellman fue entrevistada por Harry Gilroy para el New York Times tenía 47 años; había sido a la edad de 29, cuando la controvertida dramaturga había visto estrenada su pieza The Children’s Hour y desde entonces podían contarse 691 representaciones. Considerar que sean muchas o pocas en el período de los dieciocho años que separan ambos momentos no es asunto al que haya que referirse aquí, pero tan sólo reconocer que fueron, que existieron dichas representaciones a pesar de las muy adversas circunstancias sociales y políticas de la época, quizás sí pueda ser materia óptima para la reflexión.

Inspirada por un capítulo de la novela policíaca escocesa de William Roughead Bad Companions (1930) titulado “Closed Doors or The Great Drumseugh Case”, Lillian Hellman construyó una pieza dramática que no pierde su brutal atractivo y morbo, por mucho que su autora se empeñara en proclamar que no trataba sobre el lesbianismo, sino sobre una mentira:

“… this is really not a play about lesbianism, but about a lie. The bigger the lie, the better, as always” .

Hellman, Lillian; The Children’s Hour (Acting Edition); New York; Dramatists Play Service Inc.; 1981 [pp. 4]

Pese a todo, ser testigo de la obra en cualquiera de sus manifestaciones, ya sea en su original teatral o en la adaptación desarrollada por William Wyler para el cine, despierta curiosidades y aviva en el receptor un interés inconfesable por todo lo que tenga que ver con su responsable creadora.

Leyendo su autobiografía, resulta obvio reconocer que la escritora advierte una imagen de sí misma nada convencional; así es como describe, por ejemplo, el momento en que uno de sus jefes la convoca para una reunión ante su falta de concentración reciente en el trabajo:

“-¿De qué estás hecha Lilli? –me dijo.
-De especias picantes y de nada agradable –contesté” .

An Unfinished Woman/ Una mujer inacabada; trad. Eva Mariscal; Madrid; JC; 2005 [pp. 39]

Ahí queda eso. Palabras nada claras pero directas, de la que más adelante se convertiría en superviviente estupefacta de la Guerra Civil española, junto a Hemingway y demás intelectuales norteamericanos, valiente exploradora de lugares y personas a las que nunca más volvería a ver, una vez enterrados por los bombardeos; experiencias inacabadas, todas ellas sin embargo, posteriores al estreno de The Children’s Hour.

¿Acaso merece la pena tratar de dilucidar los motivos que provocaron el levantamiento de ampollas masivo de esta pieza entre sus espectadores? ¿Conocer quizás cuáles fueron los miedos de las principales actrices de Broadway, que les forzaron a rechazar de plano un papel protagonista en ella? No, en ningún caso: la obra en sí misma trata de eso, del poder destructivo de la mentira y del rumor, siempre más fuertes y con más intensa influencia sobre la masa que la verdad a secas.

Sin embargo, la verdad siempre llega; unas veces antes y otras después, pero llega inexorable. The Children’s Hour plantea el caso en que el mordisco de una mentira, arrastra la aparición de la herida abierta de la verdad.

La película homónima de William Wyler, quien ya la había adaptado en 1936 con el título These Three, es en este caso interpretada con tino por dos actrices nada habituales en papeles semejantes: Audrey Hepburn por su parte, ligeramente desprovista del halo de glamour que la persiguió hasta la última de sus apariciones en la pantalla y Shirley MacLaine, algo descontextualizada pero tan creíble como siempre, resulta sin necesidad de otras apreciaciones, muy efectiva.

Sorprende que la actriz que interpreta a la niña protagonista, Mary Tilford, aparente no más de doce años en la película, cuando el texto especifica que tiene catorce. Esos catorce años son necesarios para dar un sentido al conjunto de la pieza, que se pierde en la versión cinematográfica, siendo sustituido por otro nuevo y diferente: así, la malicia de un ser que está de vuelta de todo lo que hay que saber (o no) respecto a opciones sexuales alternativas, porque lee Mademoiselle de Maupin, es aquí reemplazada por la capacidad inagotable y precoz de “joder al personal” inventando rumores, que tiene ese demonio rubio y con tirabuzones de menos de metro y medio de estatura que es la Tilford; menudo bicho…

“Your Mary is a strange girl. A dark girl. There’s something very awful the matter with her…”

[op. cit. pp. 48]

No hay justificación y el mal se asienta en el espacio de la realidad cotidiana viniendo a despertar nada menos que a la verdad dormida.

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