McGluee. Ottessa Moshfegh, London: Penguin Random House, Vintage 2014.
…the rest is a mystery
Mientras le realizaba una entrevista para el New Yorker, la periodista Ariel Levy se fijó en que una nota colgaba de la estantería de Ottessa Moshfegh: «Work hard the rest is a mystery». Lo que podría parecer una típica frase motivacional, en el contexto de la inclasificable, genuina, excéntrica y apabullantemente inteligente Ottessa se convierte en jeroglífico. Yo imagino esa piedra Rosetta de la señora Moshfegh pegada a su escritorio como el eco de una reflexión en torno a su primera novela, sobre todo ahora que acabo de terminarla.
McGlue, ganadora del Fenze Modern Prize in Prose es breve, no alcanza las ciento veinte páginas en su edición de bolsillo pero he trabajado muy duro para llegar hasta el final y, sin lugar a dudas, me parece un misterio.
De nuevo un narrador que se repudia a sí mismo, se machaca y se castiga por ser quién es en el ambiente opresivo de una sociedad que lo limita: si en Eileen la protagonista convive con un padre castrador y con una sexualidad de la cual escapa, si en My Year of Rest and Relaxation la voz huérfana que cuenta la historia sólo aspira a dormirse y desaparecer de un mundo que desprecia, en McGlue es un marinero alcohólico quien se encarga de relatar misteriosos acontecimientos que, por supuesto, no recuerda.
La primera (y única hasta la fecha) incursión de Ottessa Moshfegh en la novela histórica nació por casualidad, desde una noticia de un periódico de 1851: «un hombre ha sido asesinado en alta mar, en Zanzíbar, a manos de un compañero que no recuerda nada y que meses antes se había abierto la cabeza al caer del vagón de un tren». Durante la escritura del libro, la autora aseguraba que se sentía culpable, deudora de un relato del cual se estaba apropiando y que su protagonista, desde ultratumba, le estaba prohibiendo terminar.
Me la puedo imaginar: la superdotada Ottessa se entrega a la redacción de una historia que desentrañe los enigmas de esa noticia, levanta un argumento que se sostiene con el monólogo de un hombre amnésico, alcohólico, que intenta trepanarse el cráneo a sí mismo con el cristal de una botella para sacarse al Demonio de dentro, y que no puede evitar regresar al recuerdo del regazo de su madre cada vez que lo obligan a hacer memoria respecto a la muerte de su compañero. Ella, que insiste en incomodar a sus lectores con argumentos como:
«Because if you care you’re not cool, and if you’re not cool you’re shit.»
New Yorker, 2018
Ella, hija de músicos (iraní y croata) emigrados a los Estados Unidos, que fue profesora de inglés en Wuhan y asistente de la editora de The Paris Review, Jane Stein: Ottessa, de espalda serpenteante pese a los tres años de su adolescencia enfundados en un corsé en combate contra sus escoliosis; doña Moshfegh insiste en dar voz a parias excluidos de una sociedad a la que ellos mismos se resisten a pertenecer:
«My writing lets people scrape up against their own depravity, but at the same time it’s very refined… it’s like seeing Kate Moss take a shit.»
New Yorker, 2018
Ella, hacedora de imágenes. Un misterio muy trabajado.

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