La vida ante sí

La vida ante sí. Romain Gary, trad. Ana María de la Fuente. Barcelona: Penguin Random House, 2020

Los olvidados del distrito XX

«─Venid, voy a presentaros a nuestro amigo Mohammed ─dijo su madre.

No debió decir Mohammed, sino Momo. En Francia Mohammed suena a árabe de mierda, y cuando me llaman así me enfado. No es que me dé vergüenza ser árabe, todo lo contrario, pero en Francia Mohammed suena a barrendero o peón de albañil. No quiere decir lo mismo que argelino. Además, Mohammed suena a tonto. En Francia es como decir Jesucristo, todo el mundo se ríe».

Se abre el telón y a los pies de una escalera en un viejo edificio del barrio parisino de Belleville hay un chaval con rasgos árabes diciendo frases como la que acabo de citar, una detrás de otra. Mientras se dedica a subir y bajar esa escalera se cruza con personajes del vecindario, drogadictos, prostitutas, transexuales, proxenetas, ancianos mentalmente en las últimas y otros niños, como él o más jóvenes: entre todos conforman el espectro perfecto de individuos, razas y culturas castigadas en una sociedad que para 1975 (año en que se publica la novela) acaba de superar varias guerras.

Si algo puede definir al protagonista de esta historia, a Momo, es su búsqueda constante de sentido a la vida, esa que tiene por delante y a la que alude el título, esa que no deja de pasarle por encima y machacarlo.

La vida ante sí hace llorar, hace reír y especialmente arranca al lector una amarga reacción debido a las injusticias cotidianas que narra, las de entonces que son las mismas que las de ahora; sin embargo hay en ella dos almas condenadas a quererse que lo harán pese a las más hostiles circunstancias: una procedente de la cultura islámica y la otra de la judía, ambas apoyándose hasta el final de los finales. Increíble pero cierto.

Antes de que acabe la historia el niño dejará de ser niño y gracias a él, el lector va a conocer hasta qué punto esa perspectiva amoral de Momo, que no tiene nada, puede dar sentido a la vida, incluso cuando ésta es terrible y en su lugar hay quien sólo puede desear la muerte.

Y se cierra el telón.

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