Hace quince años envié una carta. La dirigí a la redacción del periódico El País y a la atención de uno de sus colaboradores, un escritor que se había atrevido a dejar por escrito en su columna semanal que el cine español no le gustaba y que la comedia había desaparecido. Dichos comentarios no me hubieran afectado lo más mínimo o, tal vez, ni me hubiera enterado de su existencia si los hubiera escrito otra persona, pero resultó que los había escrito el autor de Mañana en la batalla piensa en mí y a mí, por ser uno de mis libros favoritos entonces, me habían dolido.
En mi carta le explicaba que, sintiéndolo mucho y pese a lo mucho que admiraba su trabajo, tenía que decirle que no estaba de acuerdo con su columna y que me parecía que podía ofender a mucha gente con aseveraciones así, por otra parte, nada justas ya que, en mi opinión, sí existía buen cine hecho en España y sí que podían surgir grandes comedias contemporáneas, que no todo se había terminado de producir en 1963.
Mis veinticinco años y yo nos sentimos muy aliviados cuando metimos la carta en un sobre que rezaba «A la att. de D. Javier Marías» y la echamos al buzón.
Unos días después recibí un paquete que contenía un libro de bolsillo. En la primera página el autor me agradecía mi carta y apuntaba «un comentario: que si todos pensáramos que esta ya no es época de exquisiteces ni de excelencias» tendríamos que asistir, en consecuencia, a la desaparición del arte mismo.
Tiempo después volví a ver a Javier Marías en diferentes ocasiones, como hemos hecho casi todos los ciudadanos de Madrid alguna vez, paseando por la calle Mayor mientras fumaba, o en alguna de las presentaciones de sus libros; llegué a cobrarle alguno durante los días en que trabajé en una conocida librería de Callao y siempre guardé conmigo las gracias que me hubiera gustado darle por leer mi carta, por tomarse la molestia de responderla, por regalarme uno de sus libros, por animarme a no perder nunca las ganas de expresar por escrito lo que pienso, aunque no me lea nadie o aunque quien me lea no opine como yo.
Ahora que Javier Marías ha fallecido son muchas las muestras de afecto que salen a la luz, como es natural, las anécdotas de cada lector, los comentarios sobre su trabajo, tan extenso y diverso, tan provocador a veces, tan motivador. Creo que es un buen momento para decirle que, efectivamente, siempre habrá exquisiteces y siempre se perseguirá la excelencia, señor Marías, no me cabe duda, aunque usted ya no esté.
Eso y que le doy las gracias.
He llegado a tu blog desde la sección de homenaje a Javier Marías de Zenda. Yo también he sido un asiduo lector de Marías, tanto de sus novelas como de sus artículos, siempre punzantes. En muchas ocasiones también discrepaba con él, pero nunca me atreví a comunicárselo. Tu valentía tuvo recompensa, como acabo de comprobar. Siempre tiene que exisitr un momento en el que nos liberemos del miedo en general o de los miedos en particular. Yo llevo viviendo con miedo demasiado tiempo. Tu carta es un canto a la sencillez y al fluir de la vida. Las cosas no deben ser tan complicadas. Seguiré leyendo tus entradas.
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Agradezco mucho tu comentario, Jaime: considero que esa «valentía» mía que tú dices no fue más que un puro arrebato de la juventud pero no puedo negar que tuvo su recompensa y que me sirvió de mucho.
Nos leemos.
Un saludo y ¡bienvenido!
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