Bailarines

Suben y bajan por la rampa de acceso a cada planta del edificio, se sientan en el suelo, mueven las mesas, fuman en la puerta, comen ensaladas de tuppers diminutos, ríen, hablan, se estiran, se felicitan, se admiran. Son los bailarines del Centre national de la danse y paso con ellos unas cuatro o cinco horas diarias, cada uno a lo suyo: Ellos siendo bailarines y yo trabajando en la documentación de mi novela.

Me preguntan que si me importa que se sienten en mi mesa, que si tengo algún problema en compartir el banco con ellos. En absoluto: dejad que los bailarines se acerquen a mí, que invadan mi espacio, quiero escuchar sus conversaciones y no comprenderlas porque están en francés, quiero admirarme de su languidez y reirme ante las absurdas posturas que adoptan para comerse un sándwich.

Pienso que una vez fui como ellos y me entra el pudor. Qué tontería. Eso me pasa.

Sigo rebuscando entre las biografías y notaciones coreográficas, pasando las páginas de primeras ediciones de 1844 y los veo al otro lado del cristal, bailando o rascándose la nariz. Me parece que habitan un mundo diferente al mío, un mundo marcado por la rutina de ejercicio y los espejos, las prendas flojas y las puntas de los pies bien orientadas hacia afuera en dehors, un espacio delimitado por techos de hormigón y suelos de linóleo y en el que se rellenan botellas de agua de forma ilimitada. Un universo peculiar.

La excursión avanza por el pasillo de entrada del edificio. La forman unos quince niños de no más de siete años encabezados por una mujer que señala arriba y a los lados según llegan hasta donde yo estoy sentada. Les da indicaciones y ellos abren mucho los ojos para fijarse en lo que ella les cuenta. Alguno me mira a mí y luego agacha la cabeza o se rie. Supongo que están de visita y que hoy, en el cole, aprenderán lo que son los bailarines y qué hacen en su día a día, como hicieron conmigo cuando me llevaron al parque de bomberos o a la fábrica de pan: «aquí suena la sirena y luego bajan por esta barra hasta el camión», «aquí es donde se mezcla la harina y se deja crecer la masa madre» y «aquí es donde una mujer se sienta a escribir antes de que abran la mediateca y observa a los señores y las señoras que bailan».

Supongo. Cada día se aprende algo nuevo.

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