Una alfombra.

“En defensa de las alfombras y alfombrillas, esterillas, jarapas, moquetas, felpudos y Aladino”

Que una alfombra vuele, es casi lo mismo que pensar en que un perro maúlle o que de los grifos salga zumo de naranja. Lo que para el suelo se ha creado en el suelo debe quedarse y sí: celebremos que allí exista porque cumple una función importante y necesaria para todos. Tal vez sea el momento de rendirles un homenaje a todos aquellos trozos de tejido cálido que protegen a nuestros pies de los males del contacto directo con el terreno sobre el cual vivimos. Todos esos fragmentos de material aislante, impermeable, a veces rasposo y otras sensualmente aterciopelado llevan siglos acompañando a la humanidad, años y años bajo ella y pocos le demuestran el respeto que les corresponde. Señores: las alfombras nos hacen mejores personas.

Y por eso mismo ¿a quién se le ocurrió lo de lanzarlas a surcar los cielos? Pues al mismo que consideró que sería buena idea frotar lámparas para materializar un deseo o fantasía de los que no se atrevería a confesar a nadie más que a un fulano que viva dentro de ellas, flotando en aceite.

Una jarapa vale más que mil palabras. Preguntemos a los gatos qué prefieren para restregarse y dejarse impregnar de olor, si el parqué del pasillo o una buena jarapa de 3,90 € de las que venden en el bazar del final de la calle. La duda incluso ofende, por la fuerza de su colorido, por la inteligente combinación de texturas y disposición de los materiales, por la sencillez de su diseño y también, por lo fáciles que son de lavar, las jarapas merecen ser las reinas de la casa. Siempre ha habido una entre nosotros. Tras cada recuerdo se esconde una alegre alfombra de retales de canutillo, bajo los muebles, en el centro de un dormitorio, envolviendo los deditos mojados de nuestros pies cuando salimos de la ducha. Siempre.

Por otra parte, dadme una moqueta limpia y os haré felices. La moqueta, soldado clave en la lucha contra la contaminación acústica, es víctima del más injusto de los escarnios. La gente habla mal de las moquetas, las critican porque son malas para los alérgicos, porque acumulan polvo, porque se ensucian con facilidad… y no es justo, señores. La moqueta es el suelo del amor. La moqueta nos recibe al llegar a casa como una mascota bien adiestrada, pero en vez de pantuflas en la boca, ella misma es quien se tiende bajo nuestros pies para que avancemos por su superficie sin frío y sin temor.

Cuida a tus alfombras, a tus moquetas, a tus jarapas… comunícate con ellas y entiende sus necesidades, si quieres, pero sobre todo no la pisotees con las botas de Nancy Sinatra porque pueden volverse negras de pura roña y enroscarse por las esquinas para no regresar jamás a su posición original si les da la gana.

A nuestros pies, sólo si lo merecemos.

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