The Beguiled

The Beguiled. Don Siegel, 1971

The Warning

«Don’t go for a soldier, don’t join no army
For the dove she will leave you, the raven will come
And death will come marching at the beat of a drum»

«The Dove»

(Judy Collins, 1964)

En el Estado de Virginia (que recibe su nombre por la reina Isabel I de Inglaterra, la «Reina Virgen» que no se casó jamás) y durante la segunda mitad del 1800, plena Guerra de Secesión que enfrentó a norte industrial y contrario a la esclavitud, con el sur agrario y esclavista, un soldado yankee alcanza malerido las inmediaciones de una escuela para señoritas.

Advertencia: es Clint Eastwood y está muy pero que muy bueno.

Las gallinas del corral son niñas y adolescentes, tuteladas por una dama de pasado marcado por hábitos incestuosos; junto a ellas una esclava, una tortuga y algún cuervo atrapado entre los barrotes de las barandillas del edificio. Ni un alma más.

Arranca así una película enorme, que dirige el que más adelante (en diciembre de ese mismo 1971) convertiría a Eastwood en Harry en Sucio, para siempre.

Adaptada de la novela de Thomas Cullinan de 1966, The Beguiled («El seducido», que no «seductor» como tradujeron en su día los descerebrados responsables de estas tierras de censura) arranca con la letra de una canción premonitoria, agorera y muy oscura entre cuyas estrofas encontramos graciosas píldoras de sabiduría milenaria como la que sigue:

«Vamos, dulces jovencitas, no dejéis que vuestros hombres porten armas porque asustarán a las palomas y se marcharán, os dejarán llorando día y noche».

Porque la guerra lo echa todo a perder.

No sólo la que tiene que ver con enfrentamientos armados, también la que se libra entre sexos, la que marca el ritmo del deseo, la que mata la virginidad y la pureza y trae consigo la lujuria y la depravación. Mucho ojo.

Una película que no puede negar la fecha en la que fue estrenada, ni por la banda sonora de flautillas tan típica de los setenta, ni por esos momentos psicodélicos y alucinados que devuelven al espectador planos deformados y dobles exposiciones de los rostros sudorosos de sus personajes. Una maravilla para reflexionar.

Ah, hola Sofía. Perdona: no te había visto llegar ¿decías algo?

 

 

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