The Hunger Games (Los juegos del hambre) Gary Ross, 2012
Play Station
Dijeron que los videojuegos iban a cambiar el futuro en el mundo del entretenimiento, que ni las series de televisión, ni los cómics ni por supuesto el cine o la literatura iban a estar a la altura de lo que los videojuegos podrían conseguir. Al consumidor le van las nuevas tecnologías: le molan los gadgets y las apps, las pantallas táctiles y el 3D. El usuario se divierte casi exclusivamente si está conectado, on-line, con el perfil actualizado… si no, no hay juego.
Aunque en la versión cinematografica de la primera de las muy rentables novelas de Suzanne Collins The Hunger Games, la sociedad no se divide en estaciones sino en «distritos», bien podría tratarse de un planeta diseñado para las «estaciones de juego». Lo crean o no: es un maldito videojuego.
Por aquí no se han leído las novelas; no he tenido ganas de enfrentarme a un éxito de eso que llaman «trilogías distópicas» porque el tiempo es breve, los libros son muchos y hay que escoger. Por eso he optado por la vía rápida del cine, que en el fondo va a ser lo que convenza a unos cuantos más, no seré la única ni será tan raro. Estas cosas pasan.
Resulta que la historia, como era de suponer, se empapa de influencias más que obvias (romance triangular como en Crepúsculo, enfrentamiento forzado por la supervivencia entre los arquetipos de la raza humana, como en El señor de las moscas…) pero no deja de ser divertida, conserva la acción hasta el final y se mantiene en un desenlace con suspense que se abre hacia las partes que vendrán a completar la saga.
Por lo que a mí respecta, el sufrimiento viene durante la proyección: igual que no me gusta escuchar la música muy alta, no soporto que una película dé prioridad al montaje de escenas y al movimiento violento de la cámara antes que al trabajo de interpretación de esos chicos jóvenes y lustrosos que son los actores. Me molestan mucho las dos cosas y debe de ser cosa de la edad. Esta no es película para viejos.
Los juegos del hambre es una película para la muchachada del presente, los adultos de ese futuro que imaginamos alucinado y casi apocalíptico en la ficción, que ojalá pueda modificarse algún día.
Si los no tan jóvenes chocamos con estas cosas, los chavales sólo saben manejarse con ellas: el videojuego de la vida al servicio de la evolución, porque «tú tienes el poder para cambiar el mundo, si sabes emplear bien cada una de tus facultades y no permites que acaben contigo». Es una lucha y gana el más espabilado.
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