Perfect Sense; David Mackenzie; 2011
El sentido de la vida
Conocemos el final desde el comienzo en esta descaradamente romántica película. Saberlo no resta interés en seguir adelante con su contenido, como quien no quiere la cosa o como quien está haciendo otras cosas mientras tanto. No va a haber revelaciones ni momentos de «epifanía», pero la vemos y la terminamos.
Llegado el desenlace (porque todo en su sinopsis es desenlace puro) habrá quien se quede helado y vuelva a sus quehaceres cotidianos a deshacerse el nudo en el estómago, pero también quien prefiera jugar a resolver el enigma buscando la metáfora perdida entre las imágenes, la música, los olores, los sabores y las caricias con los que se sostiene la historia, es decir: con esos cinco sentidos que la naturaleza nos ha dado.
Aunque a lo lejos puedan intuirse ciertos ecos de Saramago, lo cierto es que esta película es otro asunto: en el argumento de Perfect Sense se golpea a la sociedad, a ese conjunto de personas que poblamos lo ancho y lo largo del mundo con la posibilidad de vernos precipitados al caos, al ir perdiendo cada individuo, previa crisis nerviosa, cada uno de sus cinco sentidos vitales.
Se lucha, se cae, se es vencido y se vuelve a luchar para retomar el hilo de lo cotidiano que en definitiva, termina siendo la peor batalla de todas. Los humanos en el film se preparan para lo peor, pero conservan esperanza para lo mejor y es que por muy feo y muy apocalíptico que se ponga todo, al parecer, conservamos una tendencia instintiva a seguir adelante con el ritmo que durante un tiempo fue el habitual, el «normal».
Decía que esta película es «descaradamente romántica». No hace falta ser un lince ni haberla visto siquiera para comprender que siendo los protagonistas un pareja de guapos, vayan a dar con sus morros en el mismísimo fin del mundo aunque conservando, eso sí, el único sentimiento que da significado y por el que vale la pena vivir.
«All you need is…»
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