Jugadores de billar

Jugadores de billar. José Avello. Madrid: Alianza, 2024

Tiza de agarre

Agosto de 1991: huele a bocadillo de lomo con queso y a crema Nivea. En el exterior se está levantando la suave brisa típica de los veranos del norte, sobre todo a última hora de la tarde, cuando la piscina comienza a vaciarse, los turistas y familias regresan a sus casas y se abre el «Don Diego de noche». Dentro de la cafetería hace calor y muchos fuman. Estoy sentada en una silla de plástico que está rota, por lo que la superficie «me muerde» con cada movimiento y me deja marcas en el culo.

Mi hermano echa una partida de billar con mi abuelo y yo juego con el cubo de tiza, que está desgastado y se adapta con una hendidura a la punta del extremo del taco, como los escalones de mármol en la catedral de Santiago, o eso creo.

No sé jugar y, a día de hoy, tampoco, pero he visto cómo lo hacían ellos y la atmósfera que se desprende entre golpe y golpe de las tres bolas, el sonido al rodar de un extremo a otro de la mesa, el susto cuando saltan al chocar con ímpetu. Carambola. Cambio de jugador. Apunta. Pifia. Anota. Casi.

Jugadores de billar, novela excepcional en todos los sentidos (publicada originalmente en 2001 y desconocida para demasiados) no sólo recoge la energía de las partidas de billar «francés» o billar a secas, como se adelanta en aclarar el narrador al comienzo de la historia, sino que agranda con elegancia la metáfora propuesta con una trama compleja y un despliegue de personajes para estudiarlos a todos:

«…porque en los bares de moda se juega sobre todo al pool o al snooker, sobre mesas con agujeros, y eso es otra cosa…».

Ambientada en los años 80 y 90 en Oviedo, Jugadores de billar va y viene hacia la guerra civil, la posguerra y la transición, abraza tramas que son consecuencia de la violencia de esas etapas de la Historia de España y las deja ir para centrarse en la psicología de Álvaro Atienza, Rodrigo de Almar, Floro Santerbás y Manolo Arbeyo, cada uno con su propia novela a hombros, rodando por el tapete y golpeándose.

Viendo las partidas cuando era niña me admiraba ante la capacidad de concentración y la actitud de los jugadores al agarrar el taco y adoptar la postura perfecta sin entender nada. Yo dirigía mis atenciones a la tiza, a veces azul y a veces marrón, la encargada de evitar que la bola resbalase con el golpe y se desviase de las intenciones del jugador. No era muy apasionante, la verdad, pero así eran mis veranos, sin embargo, leyendo este monumento de setecientas y pico páginas vuelvo a maravillarme por algo similar: el narrador, oculto hasta casi el desenlace de la historia, maneja el relato del drama, de la comedia y de la tragedia terrorífica, no se inmuta a la hora de reflexionar sobre las mezquindades del ser humano y las bondades del enamoramiento para el alma, casi en la misma frase. Encaja el golpe perfecto.

Supongo que para aprender a escribir novelas hay que reparar en los detalles y observarlo todo, como si todo fuera importante. Para no perderme en el argumento de Jugadores de billar yo me he hecho esquemas, sobre todo de los personajes. Al principio me avergonzaba por tener que hacerlo pero concluyo, acabada la lectura, que no había nada de malo en ello, porque aunque no sepa escribir sí me interesa aprender y es bueno ayudarse, buscar un apoyo, evitar que las cosas se olviden o se nos resbalen de la memoria.

Va a resultar que final, la tiza era mucho más interesante de lo que parecía.

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